Skip to main content

El próximo 6 de Agosto, y unos pocos días después, el 9 de Agosto, se vuelve a conmemorar dos de los episodios más trágicos que observó la humanidad en situaciones de guerra a nivel mundial: las destrucciones a niveles por entonces inimaginables de las ciudades japonesas de Hiroshima y posteriormente Nagasaki en el año 1945, por el estallido de dos artefactos nucleares en el contexto de la guerra entre Japón y los Estados Unidos de América. Hoy, el mundo entero también observa episodios de guerra aunque en regiones puntuales del planeta, pero una de ellas en particular, la que está ocurriendo en el este de Europa vuelve a despertar todos los temores de que se repitan los horrores que se vivieron hace 77 años. 

 

Veamos un poco lo que sucedía a mediados de 1945: la guerra entre Japón y Estados Unidos en el teatro de operaciones del Pacífico era dura. Se contaban hasta ese entonces 120 mil víctimas japonesas y 20 mil estadounidenses sólo en la batalla por la isla de Okinawa, un combate que duró casi tres meses, entre abril y junio de 1945. La invasión del Japón se esperaba que costara la vida de un millón de soldados a los Estados Unidos. Los militares norteamericanos concebían a la bomba atómica, que ya habían logrado desarrollar y construir, como un atajo para descargar 20 mil toneladas de explosivos, algo que de una u otra forma se tenía pensado realizar en toda la campaña de invasión.

Para considerar cómo debería utilizarse la bomba que ya estaba construida, el entonces presidente Harry Truman creó un Comité Provisional, presidido por el Secretario de Guerra y con un panel científico asesorado por los dirigentes del Proyecto Manhattan (el proyecto científico que permitió construir el primer reactor nuclear con reacción de fisión nuclear de átomos de uranio autosostenible). Algunos dentro del Comité abogaban por una demostración en el desierto o en una isla deshabitada ante el concierto de las naciones del mundo, seguida de un ultimátum al Japón. Sin embargo, esta iniciativa no contó con apoyo suficiente ya que se dudaba que los japoneses se rindieran frente a esa demostración de poder bélico. Después de examinar las alternativas coincidieron en que debían lanzar la bomba sobre Japón sin dar a conocer la naturaleza del arma. El objetivo era conseguir el máximo impacto psicológico con la esperanza de una rendición inmediata de los japoneses.

El 24 de julio de 1945 Truman estableció la fecha para después del 3 de agosto y tan pronto como el tiempo lo permitiera. El 26 de julio se dio a Japón una advertencia amenazando con una “inmediata y total destrucción” si no se rendía. El 28 de julio el primer ministro japonés anunció el rechazo del ultimátum.

El 6 de agosto de 1945 en Tinian, una de las Islas Marianas en el océano Pacífico, acompañado de dos aviones de observación, despega un bombardero B-29 bautizado como “Enola Gay” con una bomba de 4400 kg. apodada “Little Boy”. Tras 3000 km de viaje llega a la ciudad japonesa de Hiroshima. A las 08:15 arroja la carga que 55 segundos después detonaría a una altura de 600 metros sobre la ciudad. 

La reacción de fisión descontrolada y explosiva se realizó haciendo colisionar 2 masas subcríticas de Uranio enriquecido, el isótopo U-235, para combinarlas en una única masa crítica. Esto se logró disparando un cilindro hueco de Uranio enriquecido (la “bala”) sobre un cilindro sólido del mismo material (el “objetivo”) por medio de polvo propulsor de nitrocelulosa. De los 64 kg. de Uranio enriquecido que contenía “Little Boy”, menos de un kg. logró fisionarse. No obstante, la detonación creó una explosión equivalente a 16 mil toneladas de TNT (el explosivo trinitro-tolueno). Se estima que la temperatura en el punto de detonación se elevó a más de un millón de grados Celsius. En menos de un segundo, una bola de fuego se expandió hasta 300 metros de distancia haciendo que la temperatura de la superficie del suelo oscile entre 3000 y 4000 grados Celsius.

Fallecieron 70 mil personas de forma inmediata, cifra que se elevaría hasta 146 mil en los días siguientes debido a los efectos de la radiación: quemaduras, exposición a radioisótopos de larga duración (como el Estroncio-90 y el Plutonio-239) y lluvia radioactiva o fallout (una fina lluvia de color negro producida por la condensación y precipitación de material vaporizado y partículas altamente radiactivas).

Teniente General Leslie Groves, director del proyecto de la construcción de la bomba, escribiría “El único resultado que buscábamos fue convencer a los dirigentes japoneses de la total falta de esperanza de su posición”. Truman ratificó esta idea cuando comunicó por radio la noticia a un mundo estupefacto frente al espeluznante poder destructivo de semejante ingenio.

 

Nagasaki

Los militares estadounidenses consideraron importante arrojar una segunda bomba tan pronto como fuera posible, antes de que el enemigo pudiera recuperar su equilibrio. Una segunda bomba como “Little Boy” no estaría disponible durante meses, por lo que se tenía que recurrir a “Fat Man” (hombre gordo, en inglés), una bomba de 4670 kg que detonaba mediante implosión de Plutonio, similar a la usada en las pruebas de Alamogordo, en julio de 1945. El blanco elegido fue la ciudad de Kokura y como alternativa la ciudad de Nagasaki a 100 km. de distancia.

La misión era idéntica a la de Hiroshima. La madrugada del 9 de agosto despega desde Tinian el bombardero B-29 bautizado como “Bockscar”. Al llegar a Kokura la encuentra envuelta por la niebla. Después de efectuar tres pasadas inútiles sobre la ciudad fijan rumbo suroeste hacia Nagasaki. Al llegar encuentran nuevamente el cielo cubierto. Escasos de combustible deben proceder a la base cuando a último momento apareció un claro entre las nubes, permitiendo a la tripulación apuntar visualmente.

La bomba fue soltada a las 11:01 detonando 43 segundos después a 469 metros de altura sobre la ciudad y a casi 3 km de distancia del hipocentro planeado originalmente. De los 6,4 kg. de Plutonio enriquecido, el isótopo Pu-239, que contenía “Fat Man”, un kg. logró fisionarse resultando en una explosión equivalente a 22 mil toneladas de TNT.

Se calcula que 40 mil personas fallecieron de forma inmediata, entre los que se encontraban 2 mil trabajadores esclavos coreanos y 150 soldados japoneses. El total de decesos para finales de 1945 alcanzó los 80 mil. El radio total de destrucción fue de 1,6 km y se extendieron incendios hasta una distancia de 3,2 km del hipocentro.

A diferencia de Hiroshima, en Nagasaki no tuvo lugar la llamada “lluvia negra” o fallout. Si bien sus efectos fueron devastadores en el área inmediata del hipocentro, la mayor parte de la ciudad fue protegida por las colinas cercanas, confinando la explosión al valle Urakami, llegándose a destruir el 44% de la ciudad.

Incluso después de Nagasaki el ejército nipón rechazó la rendición. Deseaban continuar una lucha sin esperanza y no escatimaban en tomar el poder en Japón, ejercido por el emperador Hirohito, a la fuerza. Finalmente, el 14 de agosto, el Emperador del Japón, Hirohito, interviene personalmente, arriesgando su vida ante los fanáticos militares japonese, y firma la capitulación incondicional de Japón.

Estas fueron las únicas bombas atómicas utilizadas en combate y de la que hayan resultado víctimas humanas. Sin embargo, hay que tener presente el contexto de guerra que se daba en toda Europa y en el sudeste de Asia: una pérdida de vidas constante infligida por enemigos poderosos. Tristemente los bombardeos atómicos no fueron excepcionales en cuanto al número de víctimas ni en la severidad de la destrucción causada por otros bombardeos aéreos llamados “convencionales” que se habían realizado anteriormente durante la guerra. La diferencia por supuesto radica en que en Hiroshima y Nagasaki se lograron esos mismos resultados en pocos segundos y con un solo artefacto explosivo. Esa era la nueva dimensión que tomaba la guerra a partir de ese momento.

 

Legado de aquel momento histórico

 

El mundo quedó desconcertado y horrorizado ante la potencia de las nuevas armas, incluso para aquellos que eran conscientes de su viabilidad, dado el efectivo hermetismo con el que se manejó el Proyecto Manhattan.

El descubrimiento de la fisión ocupa un lugar privilegiado en la historia de la ciencia. Ningún otro descubrimiento aislado ha tenido tan dramáticas consecuencias en tan corto período de tiempo. En 4 años se logró producir el primer reactor nuclear, y 3 años después, al arma con mayor potencial destructivo de la historia.

Los efectos devastadores sin precedentes, las enormes pérdidas de víctimas civiles inocentes en cuestión de segundos, los efectos posteriores en los sobrevivientes y el hecho de que cada vez más naciones quisieran obtener esta arma de máximo poder disuasivo, llevarían al mundo a una profunda y sincera reflexión. ¿Fue realmente necesario llegar a tan cruento espectáculo para finalizar una guerra? ¿No es imperativo que se superen las diferencias de maneras consensuadas y tolerantes?

“La bomba atómica es un arma tan terrible que la guerra ahora es imposible”, afirmaba Oppenheimer, el físico estadounidense que lideró el equipo científico que desarrollaron las bombas atómicas, anticipándose a la Teoría de Disuasión, un concepto ideado y compartido de manera general entre la población de que la única guerra nuclear posible implicaba la Destrucción Mutua Asegurada (MAD por sus siglas en ingles).

Los temores se verían realizados el 22 de agosto de 1949 cuando la Unión Soviética se convertía en el segundo país en detentar poder nuclear al detonar con éxito una bomba similar a “Fat man” en el Sitio de pruebas de Semipalatinsk. La explosión resultó una sorpresa para occidente ya que se adelantó varios años respecto a las proyecciones hechas por la inteligencia militar estadounidense, que no habían previsto tan temprana pérdida de su monopolio, arrebatándole el lugar a los británicos que confiaban en ser los segundos.

Comenzaba así la Guerra Fría entre ambas superpotencias, marcada por una fuerte carrera armamentística. La humanidad había entrado a una nueva era donde la sombra de la amenaza nuclear se erguía sobre ella. El mundo había cambiado para siempre.

Sin embargo, no todo era temor y refugios nucleares. La contracara pacífica de la fisión nuclear se encontraba en la producción de energía. Barata y abundante, se entendió a la energía nuclear como una panacea y la gente comenzó a imaginar con implementarla en infinidad de aplicaciones. Algunas se harían realidad como la propulsión nuclear en submarinos (el primero, el USS Nautilus, fue botado en 1954) y barcos, pero otras eran ideas descabelladas como propulsar aviones, trenes y ¡hasta autos!

Actualmente y de cara al cambio climático, se revaloriza la función de la energía nuclear como fuente de energía eficiente y limpia al no emitir gases de efecto invernadero. Sin embargo, no está exenta de un profundo debate respecto a su seguridad operacional, a la capacidad de soportar catástrofes naturales y al manejo, peligrosidad y disposición final de los residuos radioactivos. Todo esto a la sombra de los eventos acaecidos en Chernóbil en abril de 1986 en la Unión Soviética o Fukushima en marzo de 2011 en Japón, para nombrar los más relevantes.

Un gran reto se tiene por adelante, quizás el más importante sea terminar de entender que la cooperación pacífica y el esfuerzo conjunto de la humanidad nos llevará más lejos que los prejuicios, el odio y la indiferencia, en este viaje hacia la domesticación del átomo.

 

Fuentes

https://plazacielotierra.org/mentes-maestras-lise-meitner

https://nuclearsecrecy.com/nukemap

El Mundo de la Energía Nuclear, Alexander Efron, Editorial Bell, 1971

The Making of the Atomic Age, Alwyn McKay, Oxford University Press, 1984.

A is for Atom, corto documental, John Sutherland y General Electric, 1953.