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Si leemos las recomendaciones médicas dictadas para gran parte de la población mundial de hace aproximadamente 100 años atrás, el panorama no era muy diferente al de ahora: distanciamiento social, uso de barbijos, lavado de manos frecuente. Es que hace aproximadamente 100 años el mundo atravesó una de las grandes pandemias de la historia moderna. La pandemia de la Influenza o de la gripe española sucedió entre 1918 y 1920, abarcó una gran cantidad de países y nos dejó registros visuales muy similares a los que el mundo está atravesando hoy. 

El caso se remonta a principios de 1918, a uno de los campamentos militares de Kansas, Estados Unidos. Allí se encuentra el “paciente cero”, el primer registro de la enfermedad que rápidamente comenzó a esparcirse entre otros campamentos militares del país. Estos se encontraban avocados a entrenar soldados para ser enviados a Europa a pelear como aliados en la Primera Guerra Mundial. Si bien la propagación de la epidemia era evidente, el envío de tropas no fue suspendido y se obligó a la prensa a censurar toda la información relacionada. Si bien afectó a una gran cantidad de países en todo el globo tales como China, Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña, como España no estaba involucrada en la guerra, la prensa española no censuró la información, llevando a pensar que era el país más afectado y es por ello que se nombró a la pandemia como Gripe Española.  

Además de la prevención e higiene personal, las indicaciones médicas incluían remedios “milagrosos”, sangrado intencional de los pacientes, administración de oxígeno y grandes cantidades de aspirinas, e inclusive la transfusión de sangre de pacientes recuperados a nuevas víctimas (esta última con una alta tasa de efectividad y actualmente en uso). Los gobiernos recomendaban el distanciamiento social y el uso de máscaras de tela. Se procedió al cierre de fábricas y locales públicos, se prohibieron los eventos sociales y recreativos, se suspendieron los comercios internacionales y se prorrogaron las clases, matrículas y exámenes.

Un informe interno de la Cruz Roja Americana afirma «Un pánico similar al de la Edad Media con respecto a la Plaga Negra se ha observado en muchas partes de EE.UU.», y el director de la organización Ayuda de Emergencia en el estado de Pensilvania, Estados Unidos contaba que había niños que se morían de hambre porque sus padres habían fallecido a causa de la enfermedad y nadie quería acercarse a ellos. En este contexto se fue sobrellevando la pandemia hasta que finalmente, luego de tres rebrotes, dos años de lucha y más de 50 millones de fallecidos en todo el mundo, desapareció de una forma muy parecida a como había empezado. Entre otras razones por estar la mayoría de los supervivientes inmunizados.

Su alarmante fatalidad no solo fue producto del contexto de guerra o la desinformación, sino también por el sistema de salud poco desarrollado e implantado, la ausencia de vacunas o antibióticos para tratar las afecciones secundarias (la penicilina todavía tardaría diez años en descubrirse) y la inexistencia de la virología (ésta no se inició hasta la aparición del microscopio electrónico en la década de 1930). Fue recién en los años 30 que comenzaron los primeros estudios sobre el origen de la pandemia y en 1997 cuando se logró por primera vez desentrañar al responsable: el virus de Influenza A subtipo H1N1.

Estos estudios genéticos fueron posibles gracias a que se lograron recuperar virus en muestras de tejidos de pulmón de algunas víctimas estadounidenses. Luego de la implementación de una técnica biomolecular conocida como genética inversa, se logró reconstruir y secuenciar su código genético. Es decir conocer cuál era la secuencia exacta de los compuestos orgánicos que conforman sus genes (las bases nitrogenadas Adenina, Citosina, Guanina y Uracilo) y el orden en que se encuentran para estructurar su molécula de ARN. Algo así como la secuencia de letras y palabras en una frase. Utilizando este conocimiento, así como manipulando el virus y estudiando su comportamiento en ratones, el equipo de científicos pudo entender una gran cantidad de aspectos del patógeno como las condiciones de contagio entre personas o entre animales y personas, e incluso su evolución.

En cuanto al origen del virus de la Influenza, se barajan algunas hipótesis. En la secuencia de aminoácidos de sus genes se encontraron fragmentos idénticos a los de otros virus encontrados en aves, cerdos y humanos. Por lo que, si bien su origen continúa siendo un misterio, existe un cierto consenso en que fue fruto de varios eventos de contagio y reagrupación entre virus humanos, porcinos y aviares.

Por otro lado, se descubrió que el genoma del virus contiene ocho segmentos de genes que codifican unas pocas proteínas encargadas de la estructura y características del virus. Por ejemplo, las proteínas que permiten su reproducción (proteínas M1 y M2), las responsables de formar su envoltura (proteína NP) y las dos proteínas primarias de la superficie: la hemaglutinina (HA) y la neuraminidasa (NA). Estas últimas establecen importantes propiedades del virus, como su capacidad de adhesión y liberación de las células huésped. Al estar en su superficie, las proteínas HA y NA son antígenos. Significa que son reconocidas por el sistema inmune y son capaces de desencadenar una respuesta inmunológica, incluida la producción de anticuerpos que pueden bloquear la infección. En esto se basan los científicos para desarrollar las vacunas. Ya que no hacen más que introducir pequeñas dosis de virus que han sido debilitados o destruidos para desencadenar la respuesta e inducir la producción de anticuerpos que serán útiles para defenderse eficazmente de futuras infecciones.

Sin embargo, los virus de la gripe tienen una alta tasa de evolución y mutación de sus genes. Es posible que se produzcan cambios en la antigenicidad que permitan a los nuevos virus mutados infectar a personas que ya estaban infectadas o vacunadas. En todo el mundo, laboratorios y centros de control y prevención de enfermedades han estado secuenciando los genes de los virus de la gripe desde la década del 80 y aportando las secuencias a bases de datos públicas. Estas grandes bibliotecas permiten a los laboratorios comparar los genes de los virus de la gripe que circulan actualmente con los más antiguos y los virus utilizados en las vacunas. El proceso es denominado caracterización genética y se utiliza, por ejemplo, para encontrar la relación genética o similitud entre los virus de la gripe, evaluar la efectividad de vacunas, comprender su evolución o identificar los cambios genéticos que afectan las propiedades de los virus e influyen en su capacidad de propagación, agresividad o resistencia a medicamentos. Esta información es utilizada por los investigadores de la salud pública para poder tomar decisiones más acertadas acerca de las prevenciones a difundir en la población. 

Actualmente estamos atravesando por una nueva pandemia y es inevitable compararla con la española pudiendo encontrar tanto diferencias como similitudes. Por ejemplo, entre las similitudes se pueden mencionar los síntomas (ambos causan fiebre, tos, dolores corporales, fatiga o incluso neumonía), la forma de transmisión (a través de gotitas de saliva en el aire), el tiempo de incubación, el tratamiento y las medidas de prevención. Sin embargo, actualmente se cuenta con el conocimiento y la tecnología suficiente para asegurar, entre muchas otras cosas, que las dos pandemias fueron causadas por virus de familias distintas (la gripe española es de tipo Influenza A H1N1 mientras que el COVID-19 es un coronavirus) y justificar que la franja etaria afectada también sea diferente (la influenza afectó principalmente a adultos jóvenes mientras que el COVID-19 afecta particularmente a las personas mayores o con enfermedades crónicas).

A nivel social y económico también pueden notarse diferencias. En su momento, la falta de conocimiento sobre el patógeno y medios de comunicación escasos (comparados con los actuales), sumados al contexto de guerra y el ocultamiento de información ya mencionado, llevó a que las personas no pudieran acceder a la información suficiente ni a la contención necesaria ante un confinamiento. Por otro lado, la gripe española tuvo un gran impacto en la economía. A diferencia del Coronavirus, la Influenza contagiaba principalmente a la población de mediana edad, el principal capital humano trabajador de aquella época, afectando gravemente a una economía mundial ya resentida por la guerra. Sin embargo, se habla que las medidas de confinamiento aplicadas por la alta tasa de propagación del COVID-19 están causando un mayor parate en la economía que el observado en 1918.

Si bien actualmente contamos con ventajas, también existen nuevos factores a tener en cuenta. La globalización y gran capacidad de movimiento de la población, la destrucción de hábitats naturales, el contacto con animales no domésticos, los hábitos alimenticios y el cambio climático, entre otros, aumentan la susceptibilidad al surgimiento de nuevos brotes con patógenos de alta variabilidad genética, capacidad evolutiva y adaptación. Por lo tanto es propicio preguntarse ¿hemos aprendido algo en estos 100 años? ¿Podemos aprender algo de esta nueva pandemia? Las respuestas son muchas y dependen de cada persona pero hay algo que es seguro, volver a la “normalidad” no es una opción. 

 

 Carla Reati. Biología. UNC