Como muchas otras históricas civilizaciones o sociedades jerárquicamente estratificadas y organizadas en un amplio contexto territorial, los antiguos mayas desarrollaron una clase de registro material en forma de complejos glifos que no fue adecuadamente descifrado hasta finales de la década de 1950.
Los esfuerzos de académicos por entender estos glifos comienzan a finales del siglo XIX, y sus especialistas marcarán una impronta en el estudio de estos registros, ya que los entenderán muy vinculados a representaciones celestes, calendáricas y cosmovisionales. Este clásico abordaje habría de cambiar drásticamente con la demostración de Yuri Knorosov (1958) de que la escritura maya era básicamente fonética. En la misma línea, siguiendo los pasos de Heinrich Berlin (1958), quien en su estudio de los glifos estuvo entre los primeros en examinar de nuevo la escritura maya desde un punto de vista no astronómico, Tatiana Proskouriakoff (1960) analizó fechas contenidas en estelas de las ruinas del sitio de Piedras Negras. Esta investigadora concluyó que muchas de las inscripciones que los epigrafistas leían como estrictamente astronómicas y calendáricas en realidad contenían nombres y glifos de acción. La identificación de glifos que representaban nombres de lugares y gobernantes fue resultado lógico de aquel cambio de atención hacia la llamada «hipótesis histórica», y señaló un abandono de la escuela de intérpretes astronómicos de los glifos. En la actualidad, utilizando como auxiliares las lenguas que hablan los mayas contemporáneos, los lingüistas desempeñan un papel importante en el desciframiento de la escritura maya.
Retomando estos procesos históricos, la idea de la presente nota es recorrer algunas de las características principales de los glifos mayas, en tanto sistema de escritura fonética, y abordar el periplo que implicó el desciframiento de los mismos.
Los primeros acercamientos
El rumor de la “alfabetización” de los nativos americanos llegó a Europa por primera vez en 1516, contada por Pedro Martir de Anglería (o Anghiera en italiano), cortesano al servicio de los Reyes Católicos y cronista de Indias. El relato aseguraba que un indígena, que decía ser “un refugiado de una lejana ciudad del interior”, vio a un funcionario español en un asentamiento de Darién (en la actual Panamá) leyendo un libro y se quedó asombrado. “¿También tienes escritura?», exclamó el indígena. “Así que tú también puedes hablar con la gente cuando está lejos”, agregó. Pidió entonces que le enseñaran el libro, pero no pudo leerlo porque la escritura era diferente a la suya. Tampoco los españoles pudieron conocer su etnia, pero al parecer estaba “circuncidado”, y les había dicho a los españoles que su gente “vivía en ciudades amuralladas”, “tenía leyes” y “usaba ropa”.
Anglería, tres años después pudo añadir más detalles a esta historia, pues algunos de aquellos “libros” que señalaran los relatos indígenas habían sido llevados a España. El papel era de corteza, hecho en una sola hoja larga, encolado con una especie de yeso, luego doblado como un biombo y colocado entre tablas de madera. El aspecto general de estas piezas era el de un libro en el sentido occidental. La escritura también se parecía a la nuestra en cuanto a que estaba constituida por líneas, pero los caracteres, de hecho, eran muy diferentes: algo similares a dados, ganchos, lazos, tiras «que se asemejan a las formas egipcias». Anglería, en sus descripciones también añade que entre los temas para los que se podía utilizar aquel sistema de símbolos y gráficos estaban “la historia, el derecho, la religión y las tablas astronómicas y agrícolas”.
A la luz de las investigaciones contemporáneas, estos comentarios del cronista de la corona, actualmente serían ampliamente aceptados por los especialistas en el tema. Pero la idea que se impuso en aquel contexto histórico fue la de que la “escritura” indígena no existía, aunque sí un sistema de comunicación basado en la memorización de imágenes. De hecho, así lo sostenía la principal autoridad en la materia a finales del siglo XVI, el jesuita José de Acosta, cuya obra “Historia natural y moral de las Indias” se publicó en 1590 y se tradujo rápidamente a cinco idiomas. En ella afirma que «ninguna nación de las Indias descubierta en nuestro tiempo ha tenido el uso de letras y escrituras», sino sólo de «imágenes y figuras».
En una publicación anterior Acosta había afirmado con mayor firmeza: «dado que los indios no tienen el uso de las letras, no tienen una historia fija». En esta línea, en uno de sus trabajos filosóficos, el inglés Francis Bacon, no mencionó la “alfabetización” al detallar el “grado de civilización” alcanzado en América, como tampoco lo hizo la Royal Society en aquel momento al elaborar su lista de “temas dignos de investigación”. Esta conceptualización continuó gozando de gran aceptación durante todo el siglo XVIII. En este sentido, es interesante que, contemporáneamente, eruditos como el clérigo inglés William Warburton y el académico danés Georg Zoëga, quienes ya se habían mostrado interesados en los jeroglíficos egipcios y otros sistemas de escritura antigua, aunque sobre los glifos mayas no sabían nada, conocían la lengua mexica o azteca y lo clasificaban como un sistema de meras imágenes, y no como un genuino complejo de escritura.
El redescubrimiento académico
Un redescubrimiento académico o científico comenzó de la mano del gran naturalista y explorador prusiano Alexander von Humboldt, quien en 1810 reprodujo páginas de un manuscrito de la biblioteca de Dresde, conocido como Códice, que había sido hasta entonces completamente olvidado. Si bien presentó aquellas reproducciones como “aztecas”, porque los gráficos a gran escala se parecían a los de los manuscritos aztecas, Humboldt era consciente de que los glifos que veía en ese manuscrito eran algo nuevo, «como los jeroglíficos egipcios o los caracteres chinos», según sus términos. El códice era, evidentemente, una especie de almanaque, y Humboldt tenía un conocimiento sorprendente de su posible origen. Él sabía que contar de cinco en cinco era común en Mesoamérica. El cinco, el trece, el veinte y el cincuenta y dos eran números populares o de gran consideración tradicional. Existía (y aún es considerado por los nativos de la región) un ciclo ritual de 260 días (20×13), y un año civil que constaba de 18 meses de 20 días con nombres, más cinco días «vacíos». Humboldt incluso imprimió una lista de los nombres de días toltecas de Chiapa, y reconocía que eran diferentes de los nombres aztecas.
Por lo tanto, Humboldt estaba a punto de reconocer a los mayas como una cultura mesoamericana distinta a la azteca y tolteca. Doce años más tarde se publicarían los calcados de las primeras inscripciones mayas en piedra. Estas procedían de Palenque y habían sido copiadas por orden del gobierno guatemalteco por un oficial del ejército español, Antonio del Río, en 1787. El informe de Del Río fue enviado a Madrid, y vio la luz por primera vez en una traducción al inglés publicada en 1822.
Una página del Códice de Dresde similar a algunas de las reproducidas por von Humboldt en 1810, mostrando los gráficos de tipo azteca, los números y los glifos, que entonces eran nuevos para el mundo académico. Crédito: arqueologiamexicana.mx
La disponibilidad de muestras de “escritura” maya, en paralelo al hecho de que se trataba del período exacto en el que se daba el desciframiento de los jeroglíficos egipcios por parte de Jean-François Champollion, impulsó a un estadounidense con la ambición de hacer lo mismo con los glifos maya. Se trataba de Constantine Rafinesque, quien escribió dos cartas abiertas a Champollion. La tarea, según él, era similar. Tanto que el egipcio fue para el copto, el maya anterior a la conquista debió ser igual para las lenguas mayas que aún se hablan en la zona. Del mismo modo, la “escritura” que mostraban los libros de Humboldt debe ser para la “escritura” de los monumentos maya, como el demótico para el jeroglífico. Las “letras”, los símbolos que se observaban en los códices como en las estelas de las ruinas, eran «casi las mismas», al igual que el sistema numérico: «los trazos significan 5 y los puntos significan unidades, ya que los puntos nunca superan el 4».
Todo esto estaba en la línea correcta. Pero Champollion murió antes de que Constantine Rafinesque pudiera escribirle una tercera carta y el propio Rafinesque murió no muchos años después. En cualquier caso, pronto fue eclipsado por el dramático descubrimiento de un “alfabeto real”, tomado de un maya “genuino” que utilizaba signos mayas “genuinos”. Esto debería haber resuelto todos los problemas de una sola vez. Sin embargo, por desgracia, no iba a ser tan fácil.
El descubridor estaba bien calificado para explotar su descubrimiento. Brasseur de Bourbourg había sido párroco en Guatemala. Allí había aprendido quiché, la lengua maya local, había publicado un drama oral conservado antes de la conquista y había traducido el texto de una epopeya religiosa (escrita en quiché pero en letras españolas) a partir de un manuscrito desconocido hasta entonces. Pero su gran descubrimiento lo hizo en una biblioteca de Madrid. Se trataba de un extenso relato sobre los mayas y su civilización escrito por un fraile franciscano (que más tarde se convertiría en obispo), Diego de Landa. Por desgracia, el manuscrito que Brasseur encontró no era el original de 1562. Era una copia, y una copia resumida, realizada unos cien años después. Sin embargo, aportaba dos datos importantes sobre la escritura maya. Uno de ellos se refería al calendario y fue un aporte sin igual. Rápidamente permitió apreciar los conocimientos astronómicos y las técnicas de datación o calendarios mayas. El otro dato, el vinculado al supuesto alfabeto, presentaba complejidades que hacían difícil la comprensión de aquél sistema. Por ejemplo: se supuso que, cuando Landa escribió una letra (a, b, c, etc.), habrá querido decir un solo sonido, pero lo habrá llamado por su nombre en español (por ejemplo, «be» para b, «ele» para l). El indigena que fuera informante de Landa, en cambio, siguiendo su lengua sólo podía pensar en sílabas o en palabras completas: además, la escritura maya (como la nuestra) tiene a menudo más de un signo para el mismo sonido. El resultado fue que los equivalentes que proporcionó eran a veces un solo signo, a veces dos, y en una ocasión cuatro.
En parte por ello y en parte porque la ciencia de la filología comparada era todavía incipiente y no se había puesto a trabajar para reconstruir la prehistoria de las lenguas mayas, los aspirantes a descifradores, incluido el propio Brasseur, no tuvieron mucho éxito en esta empresa. El más dedicado de ellos fue el naturalista Cyrus Thomas, un estadounidense de Tennessee. En una breve nota publicada en Science en mayo de 1892, Thomas, quien se interesaba en estudios cercanos a la antropología, anunció el éxito preliminar. El alfabeto de Landa, escribió, «era en gran medida correcto», la «gran mayoría de los caracteres» eran «verdaderamente fonéticos», y «la escritura era de un grado superior al que se había supuesto anteriormente». También había establecido su dirección de lectura: tanto los glifos como los signos dentro de los glifos debían leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo. Su segundo artículo, dos meses más tarde, intentaba corroborar estas afirmaciones, y dio lugar a una aguda respuesta por parte de un americanista alemán, Edward Seler, que atacaba no sólo las afirmaciones específicas de Thomas, sino también todo su enfoque fonético, basándose en que el alfabeto de Landa databa de mucho después de la conquista española, cuando los escribas bien podrían haber empezado a utilizar algunos signos fonéticamente. Thomas no se rindió inmediatamente, pero después de diez años admitió su derrota. La prueba crucial», había escrito una vez, «era que los caracteres debían dar resultados similares en nuevas combinaciones» o expresiones mayas. La prueba no se superó satisfactoriamente y en 1903 reconoció «que la inferencia del fonetismo era dudosa». Edward Seler había ganado la discusión y el consenso académico sobre su propuesta.
El antiguo calendario maya
Los académicos que se vincularon a estos temas de estudio, comenzaron a ser conocidos como mayistas, y la atención de los más reputados se centró paulatinamente en el calendario. En este caso, la información proporcionada por Landa fue una ayuda importante. De hecho, cuando se correlacionaba o añadía a lo que ya se conocía de la práctica y sistema azteca, dejaba poco que descifrar.
Los números funcionaban, como los nuestros y como los babilónicos, en un sistema de lugares. En el registro más bajo un punto significaba uno, un trazo cinco y una concha cero. En cada registro ascendente esto se multiplicaba por veinte. Por lo tanto, un solo punto podía significar 1, o 20, o 400, o 8000, al igual que nuestro 1 significa uno, diez, cien o mil, dependiendo de su posición en la secuencia. Sigamos las imágenes y cuadros inferiores para comparar este sistema de numeración con el que nosotros usamos, el arábigo o de base 10.
Te invitamos a jugar con el sistema de numeración de base 20 utilizado por los antiguos mayas, siguiendo este link: https://maya.nmai.si.edu/es/el-sol-maya/juego-de-matematica-maya (Gentileza: Museo Nacional del Indígena Americano. Centro Latino Smithsonian).
El antiguo calendario maya era un asunto complicado. Había un ciclo ritual de 260 días, un ciclo de 360 días (18 meses de 20 días cada uno) y un año civil de 365 días. También se concedía gran importancia al período sinódico de Venus, de 584 días, mientras que para la predicción de eclipses la luna era primordial y los mayas conocían la duración media del ciclo de fases lunares con una precisión que en términos de unidades básicas rondaba el medio minuto.
Asimismo, de la combinación de estos ciclos resultaron otros varios períodos. El más interesante para el historiador es el llamado de «cuenta larga». Constaba de 1.872.000 días (= 7200X260 o 5200X360), y servía a los mayas como la era cristiana o el nacimiento de Cristo nos sirve a nosotros, o el Año de la Hégira sirve al mundo islámico. Es interesante que los antiguos monumentos mayas registran regularmente el número de días desde el inicio de la era. Esto, según los criterios más aceptados por los mayistas contemporáneos, equivale a nuestro 13 de agosto del 3114 a.C., lo que significa un gran aporte en el sentido de que las fechas mayas pueden conocerse con bastante precisión.
Para fines más cotidianos los mayas utilizaban un lapso de 37.960 días (= 104 años civiles= 65 años de Venus= 146 x 260 días) o la mitad de eso, su llamada cuenta redonda o rueda calendárica, un período de 52 años.
Estos cálculos, que pueden resultar extremadamente complicados, fueron llevados a cabo (junto con un sólido trabajo de publicación e indexación de las inscripciones) por una serie de científicos que engloban varias generaciones; desde Ernst Forstemann a finales del siglo XIX, hasta Eric Thompson, fallecido en 1975.
Fecha de acuerdo al antiguo complejo calendárico maya escrita en numerales y glifos, correspondiente al día martes 8 de junio de 2021 de nuestro calendario civil. Crédito: https://maya.nmai.si.edu/es/calendario/convertidor-de-calendario-maya
Pero, a pesar de los avances en el campo de la comprensión del antiguo sistema calendárico maya, los intentos de desciframiento fonético de sus glifos fueron en gran medida abandonados. No obstante, los antropólogos que abordaban la región, habían registrado los discursos tradicionales presentes entre los indígenas vinculados a los glifos que decían que, como mucho, podría haber un aparente fonetismo de tipo rebuscado -es decir, una especie de juego de palabras visual, como si la palabra española o castellana «me» se representara con el dibujo de una oveja-, pero nada más.
¿Y la lectura de los “textos”?
El primer intento serio de abordar fonéticamente los glifos mayas fue realizado por un lingüista estadounidense, Benjamin Whorf, en 1933. Para seguir sus argumentos es importante que primero le echen un vistazo a la imagen inferior. Entonces, retomando, Whorf, señaló, entre otras cosas, que aquel viejo franciscano Diego de Landa había dado glifos separados para ca y cu (se leen respectivamente: ka y ku), y que esto debía ser una información importante a considerar porque indicaba un silabario asociado a este sistema de escritura maya. El mismo Whorf también sugirió que el signo que Landa había asignado a la u podría ser otra especie de piedra angular en el proceso de desciframiento. De hecho, en los códices mayas se encuentra a menudo en la parte izquierda de los glifos, y en las lenguas mayas es un prefijo gramatical frecuente. Se trata de observaciones perspicaces y que por desgracia, Whorf no profundizó y cayó en la tentación de construir sobre ellas algunos desciframientos demasiado especulativos. Por este motivo o rasgos de su trabajo, la crítica de los colegas resultó en el descrédito de todo su enfoque.
Extracto de los registros correspondientes al alfabeto maya realizado por el franciscano Diego de Landa. En la imagen puede verse los glifos asociados a una transcripción fonética de ca, cu y u. Crédito: Houston (1988).
El siguiente erudito en proponer un desciframiento fonético fue un ruso (aunque mejor dicho, un soviético), Yuri Knorosov. Trabajando en el Instituto de Etnología de Leningrado y utilizando una edición de los códices mayas que fue rescatada de las llamas de la Biblioteca Nacional de Berlín en 1945 (tal vez por el propio Knorosov, que era soldado del Ejército Rojo en aquella época, aunque él mismo restó importancia a la historia), consiguió abrir nuevos caminos. No se limitó a proponer lecturas fonéticas plausibles en sí mismas, sino que fue capaz de señalar otras palabras que utilizaban los mismos signos en diferentes combinaciones. Nuevamente para seguir el desenlace de esta historia, los invitamos a prestarle atención a la imagen siguiente.
Los primeros pasos en el desciframiento fonético de los glifos, realizados por de Rosny (arriba) y por Knorosov (centro y abajo). Arriba: glifo cu-tz(u), “pavo”. Centro: glifo tzu-l(u), “perro”. Abajo: grlifo bu-lu-c(u), “once”. Crédito: Pope (1999).
Entonces así, ya en 1876 el etnólogo y lingüista francés León de Rosny había sugerido cu-tzu como la lectura fonética de dos signos prefijados a un glifo (ver imagen superior) que representa un pavo en el Códice Madrid, porque el primer signo se parecía a cu de Landa y cutz es una palabra maya para “pavo”. El tema fue que Knorosov con sus aportes también lo había corroborado. En el Códice Dresde, un glifo generalmente reconocido como representando una deidad canina estaba acompañado por dos signos, de los cuales el primero era el tzu de Rosny y el segundo era uno de los signos de Landa para la l (ver imagen superior). En un diccionario temprano que fue compilado en el siglo XVII o tal vez incluso antes (aunque sólo fue publicado en el siglo XX), tzul significa “perro”. Pero esto no es todo. En otra parte del mencionado Códice, donde el número 11 era de esperar había en cambio tres signos o glifos. El primero era ilegible, el segundo era la I de Landa, y el tercero era la cu de Landa (ver imagen superior). Evidentemente era la palabra para «once» (buluc en maya) escrita de manera completa o en su totalidad.
Knorosov ofreció otras palabras entrelazadas o compuestas de sílabas, pero éstas fueron las más convincentes. Sin embargo, como había publicado en ruso, durante la Guerra Fría, y remató su primer artículo con algunas especulaciones menos aceptadas, no consiguió convencer, al menos, a gran parte de los académicos en Occidente.
Lo que sacudió la opinión ortodoxa fue un descubrimiento que no tiene que ver con una asociación fonética en absoluto, sino con la historia. Lo hizo otra rusa, pero esta vez criada y educada en Estados Unidos, la arqueóloga y etnóloga epigrafista Tatiana Proskouriakoff. Frente a las pirámides de la acrópolis maya de Piedras Negras hay grupos de piedras con formas de columnas con inscripciones, llamadas comúnmente estelas. Se erigían en grupos a intervalos de cinco años, dado que es conocido que cuentan con una serie de registros de fechas mayas. La tradición regional decía que las estelas registraban dedicaciones de templos, ocasiones de sacrificios regulares y cosas similares. Proskouriakoff observó que la primera estela de cada grupo mostraba la misma escena (una figura sentada en un nicho elevado, como la de la imagen inferior) y que ésta estaba asociada a un glifo concreto y a una fecha específica. Siempre estaba precedida por otro acontecimiento que tuvo lugar entre 12 y 31 años antes. El lapso total de tiempo cubierto por cada grupo de estelas nunca superó los 64 años. La explicación más sencilla es que las piedras registraban historias, acontecimientos, ligados a vidas humanas y, dado que los monumentos ocupaban una posición tan destacada, vidas de personas ligadas a la realeza o a posiciones jerárquicamente importantes para aquel grupo social. En ese caso, la primera piedra de cada grupo describía el nacimiento y la ascensión del gobernante (siendo ésta entre 12 y 31 años posterior a su nacimiento); el resto, acontecimientos posteriores de su carrera.
Una de las estelas de Piedras Negras muestran la ascensión del gobernante 5to en el año 758 d.C. Los textos en los costados relatan detalles de sus primeros años de vida. Crédito: latinamericanstudies.org
Las piedras eran, por tanto, monumentos con registros históricos. Sus textos registran nombres dinásticos, títulos y logros. Esto duplicó el interés por el desciframiento de la escritura maya. Con su trabajo, Tatiana Proskouriakoff, también daría crédito a los aportes de Knorosov a través de un pequeño detalle. Una de aquellas palabras compuestas que el académico soviético había señalado era chu-ca-h(a), “capturado” (la chu entrelazada con cu-ch(u) es carga”), aparecía acompañando la representación de un dios capturado en el Códice Dresde, y el mismo glifo se leía ahora en las ruinas de Yaxchilán junto a un prisionero de guerra cautivo en un relieve de piedra caliza (ver imágenes inferiores).
Ilustración recuperada en el códice de Dresden, que ilustra una escena de captura de personas. Las líneas salientes de la izquierda señalan los glifos correspondientes al “segundo cautivo”. Mientras que la línea saliente de la derecha apunta al glifo correspondiente a la “calavera con joyas”. Crédito: Pope (1999).
En el relieve en piedra caliza que muestra la captura de “calavera con joyas” por “Pájaro Jaguar” de Yaxchilán se encuentra este glifo. Este se corresponde con el glifo chu-ca-h(a), que significa “capturado”. Crédito: Pope (1999).
De este modo, el proceso de confirmación del desciframiento de la escritura maya fue al principio lento. Había buenas razones para ello. Por un lado, la lengua, el maya clásico, sólo era conocida por sus descendientes. Por otra parte, la publicación de las numerosas y elaboradas inscripciones en piedra, a menudo procedentes de lugares remotos, era sumamente difícil. También lo era la indexación y las referencias cruzadas necesarias para establecer una lista de signos fiable. Todo esto, a su modo, resultó una de las principales hazañas en la organización del proceso de desciframiento de los glifos.
También había que superar un considerable escepticismo. En el caso del maya, al igual que en otros sistemas, el principal obstáculo ha sido la aparente laxitud de las convenciones ortográficas implementadas, por así llamarlas. Glifos de aspecto muy diferente pueden representar la misma palabra. La reacción natural de uno es pensar «¡es imposible!”. Pero, por supuesto, lo mismo puede ocurrir en nuestra propia cultura.
Pensemos en:
LIIl Iiii CINCUENTA Y TRES cincuenta y tres
Son cuatro formas de escribir el mismo número, y visualmente apenas tienen un signo o símbolo en común. Lo mismo ocurre con las fechas. Hay muchas formas de escribir, por ejemplo, el 4 de julio, pero sea cual sea la forma que utilicemos la familiaridad hace que se reconozca rápidamente. Lo mismo debe haber pasado para los mayas. Pero un descifrador no está tan automáticamente familiarizado con la lengua o la escritura maya. Tiene que proceder glifo por glifo y palabra por palabra con frecuentes dudas y ocasionales errores.
Cuatro formas de escribir en maya balam, o “jaguar”. Crédito: Robinson (1995), en Pope (1999).
Sin embargo, para los especialistas del mundo maya el desciframiento del sistema de escritura maya es ya un hecho, y para el público en general ya ha pasado el punto de aceptación. En este sentido, la credibilidad ha sido dada al maya por una taza que llevaba un glifo que podía ser transliterado ca-ca-u(a) y que, cuando fue enviada a un laboratorio por iniciativa del arqueólogo y epigrafista estadounidense Michael Coe, se encontró que contenía trazas de chocolate. Sumamente interesante es que nuestra palabra cacao para una bebida derivada del chocolate desciende de la palabra maya ca-ca-u(a)).
Glifo correspondiente ca-ca-u(a), o “cacao”, registrado arqueológicamente en una taza que contenía chocolate. Crédito: Houston (1988).
Por último, para darnos una idea de cómo son leídas las estelas o registros mayas, los invitamos a seguir el siguiente link y leer la historia completa registrada en una estela presente en la antigua ciudad maya de Quiriguá, Guatemala. Este «árbol de piedra» (concepto tradicional que es asociado a las estelas mayas) preserva una de las versiones más completas de la historia mítica de la creación de los mayas: https://maya.nmai.si.edu/es/calendario/leyendo-los-glifos-del-calendario (Gentileza: Museo Nacional del Indígena Americano. Centro Latino Smithsonian).
Para finalizar
Los orígenes de la escritura maya, la cual seguía siendo considerada y circulaba cuando llegaron los españoles, pueden remontarse al año 250 a.C., y los de su aparente ancestro, el zapoteco, alrededor del año 600 a.C. Si los españoles hubieran mantenido viva la tradición de la “alfabetización” maya, no habría sido necesario su desciframiento. Pero no lo hicieron. Los misioneros enseñaron el español y el alfabeto español a los grupos indígenas de aquella región, y lejos de preservar los libros mayas los destruyeron. El resultado fue que los glifos menguaron su relevancia cultural y fueron sustituidos por el alfabeto español incluso para escribir en maya.
Esto es bastante fácil de entender, aunque sea triste para los historiadores y antropólogos. Lo que resulta más sorprendente es el fracaso previo de la escritura maya en su difusión dentro de la propia Mesoamérica. Como la egipcia, pero a diferencia de casi todas las demás escrituras del viejo mundo, nunca avanzó territorialmente. Ni siquiera los aztecas, que acabaron dominando la zona y tenían una tradición muy similar de pintura y de producción de libros (aunque su papel estaba hecho de una sustancia diferente), la adoptaron. Esto es un problema dentro del campo de los epigrafistas, si se cree que la escritura fonética es una especie de etapa evolutiva y que llega más o menos automáticamente una vez que una sociedad ha alcanzado cierto nivel de “desarrollo”. Porque, ¿cómo es posible que los aztecas, que eran tan civilizados como los mayas, mantuvieran las imágenes pero abandonaran la escritura? ¿O puede ser que el fonetismo no sea necesariamente el estadio más sofisticado, y que para sus propósitos, los aztecas encontraran que las imágenes servían mejor que las palabras? Al fin y al cabo, contemporáneamente nosotros mismos somos mucho más gráficos que nuestros abuelos y quizás menos alfabetizados: en cualquier caso, hay muchos contextos, desde la publicidad hasta los mensajes con emoticones o stickers en Whatsapp, en los que parece que preferimos los iconos a la palabra escrita. Otra posible explicación es que la escritura maya, aunque fonética, podría no haber parecido transferible para su uso en otra lengua ni a los aztecas ni a los propios mayas.
Pero sea cual sea lo que haya pasado sobre este asunto, ya no puede haber ninguna duda de que los glifos mayas son un sistema de escritura genuina que era considerado popularmente por las sociedades mayas. Evidencia esto el hecho de que los textos estuvieran presentes en lugares de amplia visibilidad pública como espacios abiertos en aquellas viejas construcciones como templos o plazas. Y está claro que fue desarrollada por los mayas y no prestada de algún intercambio con otros grupos. Por su aspecto general y el sistema por el que funciona resulta muy original. Por cierto, es la única escritura cuya invención independiente puede afirmarse con tanta firmeza. Incluso el sistema de escritura chino apareció tarde y en una época en la que no se puede excluir la influencia mesopotámica.
La originalidad de la escritura maya le confiere un interés científico y popular único que, gracias a su desciframiento, arroja luz sobre la historia de estos grupos humanos, que ya no pueden considerarse como extraños y con una cultura caracterizada por una complejidad inferior a la de otras presentes en otras regiones del mundo.
Fuentes
-Culbert, Patrick T. (1988). Political history and the decipherment of Maya glyphs. ANTIQUITY 62 :1 35-52.
-Houston, Stephen D. (1988). The phonetic decipherment of Mayan glyphs. ANTIQUITY 62: 126-35.
-Pope, Maurice (1999). The Story of Decipherment. From Egyptian Hieroglyphs to Maya Script. Thames & Hudson: Londres.
–https://maya.nmai.si.edu/calendar