En su libro Cosmos, famoso el astrónomo y muy reconocido divulgador científico Carl Sagan, inicia su introducción con el siguiente breve texto sobre Cuestiones Naturales del filósofo romano Séneca (libro 7, siglo I d.C.):
“Llegará una época en la que una investigación diligente y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. La vida de una sola persona, aunque estuviera toda ella dedicada al cielo, sería insuficiente para investigar una materia tan vasta….Llegará una época en que nuestros descendientes se asombrarán de que ignoráramos cosas que para ellos son tan claras….Muchos son los descubrimientos reservados para las épocas futuras, cuando se haya borrado el recuerdo de nosotros. Nuestro universo sería una cosa muy limitada si no ofreciera a cada época algo para investigar….La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre.”
Hace dos mil años, Séneca ya hablaba de investigar y de conocer la naturaleza y el universo, y tanto él como sus predecesores de la Grecia antigua, empleaban herramientas poderosas: la observación de los fenómenos y el pensamiento racional para explicarlos.
Más adelante de su introducción, el propio Carl Sagan expresa:
“Nuestros antepasados estaban muy ansiosos por comprender el mundo, pero no habían dado todavía con el método adecuado. Imaginaban un mundo pequeño, pintoresco y ordenado donde las fuerzas dominantes eran la de los dioses….Actualmente hemos descubierto una manera eficaz y elegante de comprender el universo: un método llamado ciencia. ….Pero la ciencia no solo ha descubierto que el universo tiene una grandeza que inspira vértigo y éxtasis, una grandeza accesible a la comprensión humana, sino que también nosotros formamos parte, en un sentido real y profundo, de este Cosmos, que nacimos de él y que nuestro destino depende íntimamente de él.”
La ciencia ha sido, y es, una construcción de la cultura de los seres humanos, y en éste sentido, similar al arte o la religión. Pero mucho más reciente que ambas, con diferente método, con diferentes procedimientos, pasos y, fundamentalmente, objetivos.
La ciencia, y los resultados que ha obtenido a través de los siglos pasados, nos ha permitido formarnos una idea del universo que nos rodea, de los fenómenos que en él ocurren y de las leyes que los gobiernan. No sabemos todo, es más, seguramente sabemos muy poco, porque la ciencia es un proceso activo, que avanza, acierta, se equivoca, se corrige, lo que descubrimos a través de ella nos maravilla y nos asusta al mismo tiempo. No finalizará nunca, ya que como expresa Séneca, siempre habrá algo por descubrir y algo por aprender.
La ciencia se pone en práctica y se construye en todas partes, en el campo, en los talleres, en las fábricas, en las aulas y los laboratorios, en cada momento y lugar del quehacer del ser humano. Sus resultados se enseñan y transmiten de generación en generación, aumentados, corregidos, revisados, discutidos, comprobados y hasta rechazados. La ciencia es un ser vivo que no deja ni un instante de crecer. Es el conocimiento del ser humano de sí mismo y de lo que lo rodea, de su origen y, quizás, de su destino.
La divulgación de la ciencia, también entendida como la comunicación pública de la ciencia, es ese modo de llevar al público general todos esos resultados, que podrían parecer que sólo están destinados a acumularse en las enciclopedias pero que forman parte de la vida cotidiana de cada uno de nosotros, aún sin que nos demos cuenta. Pero no solo es acercar la información acerca del conocimiento, debe ser mucho más que eso, debe ser también llevar a cada uno de nosotros la comprensión de cómo funciona la ciencia, con sus fortalezas y debilidades, sus aciertos y yerros, y de que, en el fondo, no es otra cosa que un proceso del intelecto de los seres humanos, la única especie hasta donde conocemos, que tuvo la posibilidad y fortuna de desarrollarlo.
Y tal vez esto constituye una de las mayores responsabilidades de nuestra especie, no detenernos en ese desarrollo……y emplearlo para bien de todos.