Prólogo de un histórico distanciamiento
En el mundo occidental esta distinción entre astrología y astronomía empezó a consolidarse recién entre los siglos XVII y XVIII. Aquí describiremos el proceso por el cual, partiendo del hecho de que inicialmente eran dos caras de un emprendimiento común, en algún momento se fueron generando trayectorias divergentes.
Muchas veces se ha intentado entender esta histórica divergencia entre astronomía y astrología partiendo desde el presente, recurriendo a rasgos que en nuestros días diferencian a un campo y otro. Sin embargo, lo cierto es que gran parte de la astrología occidental contemporánea tiene bastante poco que ver con aquella astrología del mundo europeo medieval y renacentista, anterior al siglo XVI. Y por otro lado, las prácticas e ideas astronómicas de aquel momento tampoco se asemejan a las de la astronomía (devenida astrofísica) actual.
En este sentido, además, el campo de la astrología, con sus lógicas y discursos particulares, tiende a interpretarse desde la astronomía académica contemporánea. Así se suele pensar que la astrología está sostenida por principios que no consideran ciertas características del cielo que sí son importantes desde el punto de vista científico/astronómico, pero que en lo efectivo no juegan un rol trascendente en las interpretaciones astrológicas. En otras palabras, saliendo de las variantes de los horóscopos de revistas populares, la astrología, considerada como sistema de conocimiento distinto al científico, engloba una complejidad de relaciones simbólicas con el cielo, que se torna difícil de reconocer sólo desde la astronomía.
Dos caras de un mismo emprendimiento
Para comenzar este histórico recorrido, primero debemos situarnos social y culturalmente. Hasta el siglo XVII, tanto la astronomía como la astrología eran dos facetas de un mismo complejo sistema de conocimiento “técnico” o “profesional” del cielo, que dominaban y desarrollaban algunos expertos—los astrónomos/astrólogos—, que solo circulaba entre “matemáticos”, “filósofos” o académicos ligado a élites de la Europa occidental. Este conocimiento formaba parte de las curriculas de enseñanza en marcos de estudios académicos, y la mayoría de sus especialistas —como, Johannes Kepler, Tycho Brahe y Galileo Galilei—, desarrollaban la astrología/astronomía como parte de sus deberes al servicio de cortes imperiales y mecenas.
Este complejo y particular sistema de relaciones con el espacio celeste que encontramos en la Europa occidental hasta tiempo después del período medieval, fue desarrollado a través de un extenso proceso histórico. Sus orígenes están asociados al sistema de conocimientos surgido a partir de la helenización (o reinterpretación griega) de la “astrología/astronomía” babilónica —uno de los tantos conocimientos monopolizados por su casta sacerdotal— desarrollada hasta aproximadamente el siglo VI a.C.
En esta helenización, el sistema original mesopotámico experimentó varias modificaciones, desligándose de sus aspectos religiosos. Como referencia, sus producciones más antiguas constituyen textos que fueron escritos en griego en el Egipto helenizado, y datan del final del siglo III a.C. A partir de ese período, este saber se expandiría a través del mundo greco-romano por medio de la figura de los matematici o chaldaei (nombres atribuidos a los astrólogos/astrónomos de la época); y paralelamente registraría un sincretismo, en el que la sabiduría babilónica sería atravesada por categorías como constelaciones y nombres de planetas latinizados.
Con el tiempo, iría apareciendo una vasta producción de tablas, descripciones de instrumentos y manualesque sistematizaban este conocimiento. Posteriormente, esta literatura griega y latina sobre el asunto fue enriquecida con elementos desarrollados por los expertos del mundo árabe musulmán, el cual a través de su expansión territorial, la introduce y permite su reapropiación en el occidente medieval, poco antes del siglo XI.
Ya en la introducción del Tetrabiblos, uno de aquellos textos escrito en el siglo II d.C y redescubierto luego en la Europa occidental, su autor, el astrónomo/astrólogo greco-egipcio Claudio Ptolomeo, realiza una clara distinción entre las dos disciplinas:
“De los medios de predicción a través de [observaciones celestes]. . . dos son los más importantes y válidos. Uno, que es primero tanto en orden como en efectividad, es por el cual aprehendemos los aspectos de los movimientos del sol, la luna y las estrellas en relación entre sí y con la tierra, tal como ocurren de vez en cuando [es decir, la astronomía]; el segundo es aquel en el que, por medio del carácter natural de estos aspectos, investigamos los cambios que provocan en lo que rodean [es decir, la astrología]”.
De este modo, vemos que —aunque hasta el siglo XVII los términos eran frecuentemente intercambiables—, la «astronomía» estará asociada a la medición de las posiciones de los cuerpos celestes, y la «astrología» al concepto de que las estrellas y los planetasimparten sentido en el mundo de los seres humanos. La obtención de la materia prima para las interpretaciones astrológicas, como eran las cartas o mapas astrológicos del cielo exigían complejos cálculos matemáticos y astronómicos. En este sentido,el dominio de este conocimiento técnico o de especialista requería de cierto capital cultural que poseían los “astrónomos”, quienes como “expertos del cielo”, también daban valor a la astrología, la practicaban y desarrollaban.
Otros sistemas de conocimiento celeste complejos y altamente codificados, interesados en la determinación con precisión de la posición de objetos celestes y con significados bien definidos atribuidos a estrellas, planetas o rasgos particulares del cielo, surgieron también en otras regiones del mundo y a lo largo del tiempo. De este modo encontramos desarrollos muy importantes en Mesoamérica, China y el Cercano Oriente/Babilonia. Pero, a diferencia de la escuela occidental, no empleaban términos diferentes para clasificarlas prácticas y concepciones astronómicas de las astrológicas.
Esta característica del sistema occidental estaba estrechamente relacionada con una estructura u orden cósmico: la concepción aristotélica de que la Tierra era el centro del universo que estaba constituido por dos niveles. Un primer nivel que correspondía al mundo sublunar, de naturaleza y comportamiento completamente diferente al otro nivel, el mundo supralunar integrado, además de la Luna, por el Sol, los planetas y las estrellas. En este mundo supralunar regía el principio de la tradición platónica de que el movimiento de los cuerpos celestes es “circular, uniforme y constantemente regular [es decir, en el mismo sentido]”. Para que sea posible salvar las apariencias en la dinámica y rasgos observados de la Luna, los planetas, el Sol y las estrellas; a lo largo de la historia, especialistas —como Aristóteles, Hiparco y Ptolomeo, entre otros— desarrollarían un complejo mecanismo conformado por esferas (algunas centradas en la Tierra, otras en otros puntos del espacio, pero todas en una combinación de movimientos circulares y uniformes), por medio del cual se modelaba el movimiento de los cuerpos celestes.
En este contexto cosmológico, la astrología se ocupaba de los eventos en el mundo que existía debajo de la esfera lunar; mientras que la astronomía abordaba los eventos en el universo de perfección que existía más allá de la esfera lunar, particularmente focalizándose en su comprensión intelectual. Estas eran dos entidades separadas y distintas, aunque interrelacionadas, pues aquella astrología occidental establecía un vínculo entre los niveles en los que era estructurado el cosmos.
Toda astrología supone que existe una relación significativa entre los objetos y fenómenos celestes y los asuntosde la Tierra. Algunos de los supuestos que sustentan la astrología pueden reducirse a la noción de que todo el cosmos o todas sus partes son interdependientes. Por lo tanto, el cielo y el mundo terrestre están relacionados, y las fortunas de uno se pueden leer en el otro. La premisa fundamental de la astrología es reflexiva: que la Tierra es un espejo del cielo y viceversa, una analogía de resonancia simbólica.
El método de interpretación astrológico desarrollado por aquel entonces en occidente era característico de una astrología de predicción, una mancia. Era una práctica que combinaba el uso de horóscopos con énfasis en la precisión de diagramas matemáticos destinados a representar los cielos y utilizados para obtener una visión del pasado, presente y futuro, y una teoría aristotélica de la influencia celestial.
Pero cuidado, que cuando Aristóteles y Ptolomeo hablaban de “influencia”, pensaban más en una correlación sin ningún tipo de vínculo físico.
Históricamente, los significados astrológicos se habían construido a través de dos maneras. En la primera, se recopilaban datos empíricos. Tan pronto como un evento celeste coincidía con otro terrestre, se observa la correlación y podía convertirse en la base para una predicción futura. En la segunda, se imponía un marco teórico a los cielos, como un conjunto de rasgos que remitían a “personalidades” asociadas a los objetos celestes, que luego permitían construir una especie de biografía de la vida humana, o la planificación de acciones futuras.
En definitiva, en términos generales, se seguían tres etapas en el proceso de labor astrológica. Primero —y aquí intervenía la astronomía—, se observaba el cielo con precisión. Segundo, se interpretaban los patrones celestes a través de la trama de significados astrológicos construidos. Y tercero, se predecía, se aconseja actuar. Esta lógica funcionaba porque los movimientos de las estrellas y los planetas eran guías para los asuntos terrestres.
No obstante, a pesar de que la astrología coexistía en la vida y en la labor de varios de los que serían considerados fundadores de la astronomía contemporánea, paulatinamente comenzarona generarse lenguajes divergentes. Así, los conceptos y propuestas que irían apareciendo, principalmente a partir del siglo XVII, en el mismo campo de la astrología occidental y luego en el de la astronomía, divergieeron del método de interpretación astrológico basado en la idea de analogía y resonancia simbólica entre el cielo y los fenómenos considerados terrestres.
De una astrología/astronomía a una astrología y una astronomía
Como mencionamos anteriormente, será principalmente a partir del siglo XVII que comenzarán a darse algunos cambios, tanto en la forma de pensar el vínculo entre el cielo y los fenómenos terrestres en el ámbito de la astrología como en la forma de entender desde el campo de la astronomía a las causas de los movimientos de los cuerpos celestes.
Con la idea de volver “más precisos” los pronósticos astrológicos, ya en el siglo II, Ptolomeo intentaba hacercambios en las lógicas para predecir la «influencia establecida» de los cuerpos celestes en los eventos terrestres. Esta es una idea que será retomada por movimientos reformistas dentro la astrología occidental a partir de mediados de siglo XVI, los cuales comenzarán a pensar en nuevos vínculos entre el mundo celeste y el terrestre.
Dentro de este movimiento encontramos propuestas como las que Kepler plasmaría en su obra titulada: “De los fundamentos más ciertos de la astrología. Una nueva breve disertación sobre la teoría cósmica con pronóstico físico del año venidero de 1602 d.C. Escrito para filósofos”.
A diferencia de los astrónomos modernos, era propio de la época tomar en serio la astrología. Para él, no había necesidad de descartarla. Por el contrario, lo que se necesitaba era una formulación clara de los fundamentos de la astrología, de los cuales él estaba seguro.
En consecuencia, Kepler se mostraba interesado en este emprendimiento para exponer claramente tanto las posibilidades de la astrología como sus limitaciones. En aquel mencionado trabajo astrológico, antes de hacer las predicciones concretas para el año 1602, el “matemático” prusiano presenta los fundamentos que para él resultan “los más ciertos” de esta disciplina. Entre ellos, uno de los primeros conceptos en discutirse, fue la idea de influencia “física” del cielo sobre los procesos terrestres. Para Kepler, las fuentes de influencias físicas son el Sol, la Luna y los planetas; y el proceso físico de interacción es “la luz que baja” de cada uno de ellos. Si bien bajo este esquema los poderes astrológicos tradicionales de cada planeta se mantenían, las causas de tales poderes debían revisarse.
Así, al mismo tiempo que la astrología comenzaba a ser repensada, también en occidente el cosmos iba a ser reinterpretado astronómicamente desde principios del siglo XVII. Si bien, un poco antes Copérnico había desplazado a la Tierra del centro del universo y colocado al Sol en ese lugar, el cosmos seguía siendo concebido de forma geométrica y con una naturaleza que diferenciaba a los objetos celestes de los terrestres. Con el sistema propuesto por Copérnico, todo el cosmos, salvo la Tierra, continuaba con la tradición platónica de la perfecta circularidad celeste. Copérnico en su modelo heliocéntrico tampoco hace referencia a lo que se puede llamar las «causas físicas» del movimiento de los cuerpos celestes. Como era propio de la época, la cosmología aristotélica establecía que estaba en la naturaleza de un objeto celestial, como un planeta, moverse en un círculo, tal como lo estaba en la naturaleza de un objeto terrestre, como una piedra que cae, moverse de forma rectilínea hacia su «lugar natural».
Pero será a partir de trabajos como el publicado por Kepler en 1609: «Astronomía nueva basada en causas, o física celeste», que aquel cosmos geométrico de esferas y movimientos circulares comenzará a perder sentido. Las ideas de causas “físicas” detrás del movimiento de los planetas, incluida la Tierra, esbozadas y puestas en juego por el astrónomo/astrólogo prusiano iban a tener un impacto decisivo en la divergencia entre astronomía y astrología en el contexto occidental. Fundamentalmente, los primeros en retomar,y dar cuenta de las repercusiones de los conceptos vertidos por Kepler serían los académicos británicos, un proceso que específicamente repercutirá en los orígenes de la física desarrollada varias décadas después por Isaac Newton y su concepto de gravedad.
Ahora volvamos al principio de este histórico desarrollo y veamos el contexto que lleva a Kepler a proponer su “nueva astronomía”. Por un lado, el trabajo de Copérnico, a pesar de mantener las esferas y movimientos circulares, sugirió ciertas simplificaciones generales. Además, el gran astrónomo/astrólogo danés Tycho Brahe, había realizado y registrado las más precisas observaciones astronómicas de la época. Finalmente, el inglés William Gilbert había escrito un libro publicado en Londres en el año 1600, conocido popularmente como De Magnete, en el que hablaba sobre el “flujo magnético” de la Tierra y analizaba su capacidad para “atraer” y “repeler” las rocas. Como Kepler mencionará en su posterior obra Epitome: «Construyo toda mi astronomía sobre las hipótesis de Copérnico sobre el mundo, sobre las observaciones de Tycho Brahe y, por último, sobre la filosofía del magnetismo del inglés William Gilbert».
Es comprensible que Kepler prestara atención al trabajo astronómico de Copérnico y Tycho, pero ¿cuál era el interés del magnetismo terrestre en un trabajo dedicado al movimiento de cuerpos celestes?
Aunque Copérnico había intentado cambiar el centro del movimiento circular celeste, mantuvo la tradición platónica y aristotélica de circularidad celestial natural. Pero un análisis cuidadoso de los datos de Tycho sobre las posiciones observadas de Marte obligó a Kepler a romper con la tradición de las esferas y círculos planetarios y a reemplazarlos por movimientos a lo largo de elipses. Pero de igual interés era la preocupación de Kepler por las «causas físicas» de aquel movimiento errante de Marte. En este sentido, reconocía que había irregularidades en la trayectoria de los planetas, es decir, no se movían uniformemente en círculos sino siguiendo órbitas elípticas y barriendo áreas iguales en tiempos iguales (sus dos primeras leyes del movimiento planetario enunciadas en 1609). En consecuencia, Kepler se anima a describir un mecanismo físico por el cual el supuesto flujo magnético giratorio del Sol “barre” [en el sentido de que envuelve y desplaza] los planetas en sus órbitas. Sin embargo, aquí no es importante comprender o evaluar los mecanismos físicos propuestos; lo que es importante tener en cuenta es la intención de Kepler de realizar un análisis físico de este fenómeno de índole astronómica, el movimiento planetario.
Resulta tentador ver a Kepler y sus tres famosas leyes del movimiento planetario bajo la perspectiva de la astronomía moderna. Sin embargo, antes de hacer de Kepler un Newtoniano del siglo XVIII, es bueno considerar que sigue siendo un especialista sobre el cielo de su tiempo. No olvidemos que es con este trasfondo mixto de explicaciones físicas y geométricas de causas astronómicas que Kepler había abordado también su análisis de la astrología.
Aun así, a esta historia de cambios le faltaban unos episodios más. Si bien Kepler había puesto en cuestión las esferas celestes e introducido la idea de vínculo físico entre los cuerpos del cielo; también a comienzos del siglo XVII ocurriría un proceso que iba a terminar de derrumbar aquel cosmos aristotélico, cuya naturaleza estaba diferenciada por los rasgos de un mundo supralunar y otro sublunar. Esto iba a venir de la mano de Galileo Galilei y de la introducción de un nuevo instrumento revolucionarios: el telescopio.
Lo que sucedió luego de que Galileo, en 1609, observara el cielo con su telescopio y compartiera sus registros, sería un evento histórico que marcaría el definitivo ascenso de un mundo totalmente distinto.
En su trabajo Sidereus Nuncius, el “Mensajero de las estrellas”, obra publicada en marzo de 1610, Galileo comparte sus registros observacionales del cielo utilizando el telescopio, los cuales cayeron como una verdadera bomba. Tras los párrafos introductorios, Galileo comienza a disentir con los filósofos aristotélicos de la época y describe sus observaciones de la Luna, que le llevan a concluir que la superficie de nuestro satélite natural “no es perfectamente lisa, sin accidentes y perfectamente esférica, tal como una amplia escuela de filósofos considera a la Luna y los demás cuerpos celestes, sino que, por el contrario, está llena de irregularidades, es desigual, está repleta de huecos y protuberancias, lo mismo que la superficie de la propia Tierra, cruzada por todas partes por altas montañas y profundos valles”.
Pero la gran revelación aparece al final: “Queda pendiente el asunto que, en mi opinión, merece considerarse como el más importante de este trabajo; a saber, que debo revelar y comunicar al mundo la ocasión del descubrimiento y observación de cuatro planetas nunca vistos desde el principio de los tiempos hasta nuestra época.”
Los “cuatro nuevos planetas” eran las principales cuatro lunas de Júpiter, las cuales, según Galileo constituían el principal argumento a favor del sistema copernicano. El movimiento compuesto de la Luna en torno de la Tierra, y con la Tierra alrededor del Sol; quedaría demostrado por el movimiento compuesto de las cuatro lunas de Júpiter.
El mundo académico occidental, no sin sospechas, captó rápidamente las enormes repercusiones filosóficas de esta apertura al universo. Las montañas y valles de la Luna confirmaban la similitud entre la materia celeste y la terrestre, la naturaleza homogénea de la materia constitutiva del universo. Además, con el telescopio comenzarían a explorar nuevos rasgos de ese cielo no visibles a simple vista, creando nuevas categorías de objetos celestes.
Ahora, en el campo de la astronomía, empezaba a permear la idea de que ese cosmos integrado por lunas, planetas y otros cuerpos de naturaleza terrena tendía a comportarse del mismo modo que las cosas en la Tierra. Esto generaró nuevos intereses, nuevos problemas, nuevos discursos respecto al cielo.
La “cualidad” física más evidente que presentaban todos los cuerpos terrestres era el peso, la tendencia a presionar o caer hacia abajo (a menos que se les forzara hacia arriba por la presión de sustancias más pesadas) siguiendo las leyes del movimiento de los cuerpos en la proximidad inmediata de la Tierra que Galileo al final de su carrera había desarrollado. Entonces, si la Luna, los planetas y los cometas eran de la misma naturaleza que los cuerpos terrestres, también aquellos tenían que poseer “peso”.
Pero ¿qué significa exactamente “el peso” de un planeta?, ¿contra qué presiona o hacia dónde tiende a caer? Y si la explicación al ¿por qué una piedra cae al suelo? no es la posición de la Tierra en el centro del universo, como afirmaba la visión aristotélica, entonces ¿por qué cae la piedra?
Grandes debates y propuestas se sucedieron en el mundo occidental respecto a este tema y a la causa física del movimiento de los planetas hasta que, a partir de 1666, en el círculo que se aglutinaba en torno de la Royal Society —la prestigiosa sociedad de académicosingleses donde encontramos a Robert Hooke, Edmund Halley y Christopher Wren —, e influido por Christiaan Huygens de Holanda; Newton desarrolla la llave de la solución al problema del “peso» de los cuerpos celestes.
El aporte crucial de Newton fue, por un lado, expresar una síntesis, un modelo que explicara en términos matemáticosla causa física de la dinámica de los cuerpos celeste; y por otra parte, demostrar que la teoría cuadraba con el comportamiento observado de la maquinaria celeste: principalmente el movimiento de la Luna en torno a la Tierra y el movimiento de los planetas alrededor del Sol.
La síntesis definitiva de Newton presentada en 1687 en su Principia, establecía que todo movimiento observable en el universo se regía por cuatro leyes básicas: la ley de la inercia; la ley de la aceleración bajo una fuerza aplicada; la ley de la acción y reacción recíprocas; y la ley de la gravedad, que afirma que la fuerza de atracción entre dos cuerpos es proporcional a sus masas y disminuye con el cuadrado de la distancia que los separa.
Aunque Newton no llegara a conceptualizar que la gravedad fuera una «propiedad innata, esencial e inherente de la materia», para el siglo XVIII esta idea cobró vigor en la astronomía, y así la gravitación newtoniana y la física matemática se combinaron para ofrecer explicaciones deterministas sobre los movimientos que todo astrónomo podría observar en los cuerpos celestes. A fines del mismo siglo, el objetivo del gran trabajo en astronomía del multidisciplinario académico francés Pierre-Simón Laplace, fue «reducir todos los fenómenos conocidos del sistema del mundo a la ley de la gravedad, por estrictos principios matemáticos, y completar las investigaciones de los movimientos de los planetas, satélites y cometas, comenzados por Newton en su Principia«. Surgía así un nuevo lenguaje ligado a la física en el campo de la astronomía.
Sin embargo, aunque existieron intentos, no hubo una aplicación exitosa, en términos estadísticos, de la teoría gravitacional a la astrología. La influencia gravitacional de los planetas y estrellas en los objetos terrestres era demasiado débil ycompleja para prestarse al tipo de análisis físico-matemático que resultó tan valioso para la astronomía, la cual, a través de este camino, se consituiría en un campo suficientemente autónomo.
Ahora, claramente, las dos disciplinas se conducirían por senderos separados. Así, como hemos visto, el método de interpretación astrológico basado en la idea de resonancia simbólica, comenzaría a distanciarse de los conceptos que fueron apareciendo en el campo de la astronomía a partir de la física newtoniana. A pesar de que coexistieron en la vida y en la labor de varios de los fundadores de la astronomía contemporánea, astrología y astronomía en occidente fueron generando de manera contingente lenguajes, discursos, prácticas e intereses divergentes en sus relaciones con el cielo.
Agradecimientos
Quisiera con estas líneas hacer llegar mi agradecimiento al Dr. Alejandro Martín López (FFyL,UBA/CONICET) por su asesoramiento en este a veces escabroso pero no menos interesante tema. A Natalia Sanchez Steiner, maestrando en Astronomía Cultural de University of Wales, por su aporte de literatura. Y por último, agradezco la motivación para realizar esta nota generada a partir de la solicitud del Dr. Osvaldo Cámara, quien desde un primer momento confió en la perspectiva de abordaje aquí propuesta.
Fuentes
-Brackenridge, J. Bruce & Rossi, Mary Ann (1979). Johannes Kepler’s on the More Certain Fundamentals of Astrology Prague 1601. Proceedings of the American Philosophical Society, Vol. 123, No. 2 , 85-116.
-Campion, Nicholas (2012). Astrology and Cosmology in the World’s Religions. New York: NEW YORK UNIVERSITY PRESS.
————————- (2009). The Medieval and Modern Worlds. History of Western Astrology. Volume II. New York: CONTINUUM.
-Koestler, Arthur (1986). Los sonámbulos. Tomo II. Barcelona: Salvat.
-Vilhena, Luis Rodolfo (1990). O Mundo da Astrologia, estudo antropológico. Rio de Janeiro: Jorge Zahar Editor Ltd.
por Armando Mudrik
Licenciado en astronomía (FaMAF/UNC)
Maestrando en antropología (FFyH/UNC)