¡Hola! Mi nombre es Maria Salomea Sklodowska, más conocida como Marie Curie. Hace un tiempo en la Plaza Cielo Tierra, les conté brevemente diversas circunstancias que transité en mi vida, las dificultades que pasé siendo una científica en un mundo donde las ciencias estaba definida por los hombres, algunos de mis descubrimientos y como con ellos conseguí dos premios Nobel.
Hoy quiero contarles con un poco más de detalle el trasfondo de mis circunstancias y del contexto que me rodeaba y que fue de mucha trascendencia para mi propia vida y para el conocimiento científico de mi época. Pero antes de emprender este relato me parecería interesante responder a la siguiente pregunta ¿qué es eso de la ciencia? La ciencia es un importantísimo emprendimiento de la especie humana, estimulada por la curiosidad por saber qué hay delante de nuestro camino, a la vuelta de la próxima curva o al otro lado de la próxima colina. Esta impulsada por la profunda necesidad que tenemos de saber cómo funciona la naturaleza. Y debido a que es una tarea exclusiva de nuestra especie, no hay dos científicos y científicas que lo hagan de la misma manera. Cada uno de nosotros lo hace a su modo y esta búsqueda del conocimiento científico tiene sus accidentes felices donde «la suerte favorece a la mente preparada», tal como lo afirmó mi colega Luis Pasteur, creador de la vacuna contra la rabia, pero también tiene sus errores y malentendidos, y de esfuerzos que terminan sin dar resultados fructíferos.
Así fue la historia de cómo descubrimos, junto con mi esposo Pierre Curie y otros colegas científicos, la radioactividad que emiten algunos elementos y, luego de eso, dos nuevos elementos químicos, hasta ese momento desconocidos.
Déjenme contarles entonces algo de esta historia.
Descubrimiento de la Radioactividad:
En el mes de noviembre de 1865, pocos meses después de casarme con Pierre, el físico alemán Willhem Roentgen descubrió lo que llamó los Rayos X y los llamó así ¡porque no sabía qué eran! No se podían observar con nuestros ojos, eran invisibles
Este científico los descubrió al utilizar para unos experimentos un tubo que contenía gas a muy baja presión y que tenía dos placas metálicas a las que se aplicaba un voltaje muy alto. Dentro del tubo se producía una corriente de cargas eléctricas que cuando golpeaban las paredes de vidrio del tubo, producían esta radiación desconocida y que podía atravesar espesores delgados de muchos materiales sólidos, como la ropa, la madera o algunos metales. Un día, aplicaron estos rayos sobre la mano de una persona y detrás colocaron una placa fotográfica. Al revelar la placa vieron la imagen de los huesos de la mano. ¡Imaginen la sorpresa! Con estos rayos invisibles y desconocidos podíamos ver dentro de nuestro cuerpo.
Estos rayos también podían hacer que una placa recubierta con la sustancia sulfuro de cinc comenzara a brillar, lo que se llamaba fosforescencia. Al cortar la irradiación, la placa dejaba de brillar a los pocos segundos.
El fenómeno de fosforescencia era sencillamente el fenómeno de emitir luz o “brillar” cuando la sustancia es iluminada con radiación de mayor energía que la luz visible, como es la luz ultravioleta o los Rayos X de Roentgen, Estas sales de uranio resplandecían con un hermoso color amarillo. La fosforescencia de las sales de uranio duraba un tiempo muy corto, apenas la centésima de un segundo, y hoy se le da el nombre de fluorescencia de corta duración, mientras que se utiliza el término de fosforescencia cuando el brillo dura tiempos más largos, de algunos segundos o más.
Estos experimentos entusiasmaron al físico francés Henri Becquerel, que trabajaba en Paris y era un distinguido miembro de la selecta Academia de Ciencias de Francia, que tenía tan solo unos sesenta integrantes, todos ellos hombres. Así fue como Becquerel a partir de preguntarse si había alguna relación entre la radiación descubierta por Roentgen, los Rayos X, y la fosforescencia de algunas sustancias químicas, comenzó a trabajar con sales de uranio que tenía en su laboratorio, que sabía eran fosforescentes cuando se iluminaban con luz ultravioleta.
Inicialmente, tomó sus sales de uranio y las colocó sobre una placa fotográfica muy bien envuelta con dos capas de grueso papel negro, para que no se velaran por la luz directa del sol. Luego las expuso al sol para provocar la fosforescencia de la sal de uranio, y esperó varias horas.
Al revelar la placa de fotografía observó las imágenes de los pequeños cristales de las sales.
Repitió los experimentos colocando una moneda entre las sales y la placa fotográfica, y al revelar se encontró con la imagen de la moneda.
Su conclusión fue clara e inmediata: la sustancia fosforescente emite rayos que penetran por el papel negro que es opaco a la luz dejando una impresión en la placa de fotografía. Estos rayos parecían ser similares a los de Roentgen y llegó a pensar que para que se produzcan, las sales de uranio debían estar expuestas a la luz del sol.
Hizo muchos experimentos en forma muy meticulosa y de pronto, en la forma menos pensada, tuvo una sorpresa muy grande.
Un miércoles y jueves de Febrero de 1896, preparó varias placas para exponer al sol y continuar sus experimentos, pero durante esos días y los siguientes ¡estuvo nublado!, así es que tuvo que guardar sus placas en un estante de su laboratorio. Cuando llegó el día domingo y siguiendo el mismo procedimiento acostumbrado, reveló sus placas del mismo modo que si hubieran estado puestas al sol. De acuerdo a su hipótesis inicial, esperaba encontrar las placas prácticamente intactas, ¡pero no fue así! Estaban completamente veladas, como si hubieran estado expuestas directamente a la luz. Entonces, dedujo que la radiación que emitían las sales de uranio no era producida por ningún agente externo (como la luz del Sol) ni tampoco el resultado de su fosforescencia, sino que era inherente a este material en particular y se mantenía por mucho tiempo.
Estas radiaciones tenían la propiedad de ionizar el aire, es decir, provocar la formación de cargas eléctricas en los gases que forman el aire, el nitrógeno y el oxígeno. A este tipo de radiaciones de alta energía hoy se las llaman “radiaciones ionizantes”.
Mas tarde encontró que además de las sales de uranio que trabajó inicialmente, habría otras sales de este elemento de composición química diferente, e inclusive el uranio metálico, que producían este mismo efecto, y no estaba relacionado con la fosforescencia de los materiales, como había pensado al analizar los experimentos de Roentgen. Este fenómeno era una propiedad del elemento uranio y no dependía de su estado químico.
Por ejemplo, el compuesto sulfuro de cinc era muy fosforescente, pero no emitía esta nueva clase de radiaciones, y por eso las llamó “rayos uránicos”, porque eran exclusivas del elemento uranio.
Otra cosa muy sorprendente que descubrió en sus trabajos fue el hecho de que la intensidad de la radiación que emitían todas las muestras se mantenía sin cambios con el tiempo, y no disminuía como sería lógico de esperar, pensando que el material en algún momento se debía agotar de emitir energía en forma de radiación. Después de seis, ocho meses o más, la intensidad de emisión seguía siendo igual.
Becquerel expresó: “Tal vez estamos viendo una indefinida conservación de la energía” y “no somos capaces de entender de dónde toma el uranio la energía que emite con tanta persistencia”.
Henri Becquerel creía en la Ley de la Conservación de la Energía, tal como lo establecía la Primera Ley de la Termodinámica, que fue formulada alrededor del año 1824 y estaba bien aceptada por toda la comunidad científica. Pero entonces, ¿de dónde estaba viniendo toda esta energía? Ningún sistema químico o físico conocido hasta ese momento se comportaba de este modo.
En esta parte de esta historia es donde entro yo en la escena.
Por ese momento yo estaba buscando un tema de trabajo para realizar mis estudios de doctorado (tenía por entonces 30 años de edad) y los nuevos rayos penetrantes captaron mucho mi atención, por lo que decidí hacer mi tesis doctoral investigándolos. Así fue como, debido que mi esposo Pierre Curie era profesor en la Ecole Municipale de Physique et de Chimie, se me permitió trabajar allí. Me dieron un laboratorio, pero tuve que conseguir y fabricar todos los materiales de trabajo por mí misma. Así fue como, mientras Henri Becquerel comenzaba a dejar sus investigaciones sobre este tema a un lado, yo comencé a realizar las mías.
Becquerel, era un físico, y se preguntaba: “Cuáles son las propiedades de estos rayos y de dónde viene esa energía”, y sobre esto último estaba totalmente desconcertado. Pero como yo había estudiado química, me hice preguntas diferentes, las preguntas desde esta disciplina: “¿es el Uranio el único elemento que produce estos rayos?, ¿qué otras sustancias, si hay alguna, producen esta radiación y cuánto?
Estas preguntas resultaron decisivas para los descubrimientos que vinieron después. Lo primero que necesitaba para estudiar de un modo riguroso a estas nuevas radiaciones era un método más exacto para medir la intensidad de radiación que emitían las sales de uranio. Las placas fotográficas que se habían estado usando para detectarla eran muy rudimentarias y el electroscopio con hojitas de oro, que había usado Becquerel, era poco confiable y sus resultados eran muy poco precisos y variables.
Necesitaba algo mejor, pero ¿qué podía ser?
La investigación en la ciencia es un trabajo de equipo, donde cada uno de nosotros necesita del aporte de los conocimientos que tienen las demás personas, permitiendo que la ciencia avance permanentemente. Pierre construyó un aparato que nos permitió medir las corrientes eléctricas extremadamente pequeñas que pasaban por el espacio de aire por donde se hacían pasar los rayos que emitían las sales de uranio. Su aparato era mucho más sensible que cualquier otro que había disponible hasta ese momento.
Así, comencé a medir la intensidad de la radiación que emitía todas las sustancias que tenían uranio y que caían en mis manos, muchas de ellas me las dieron mis colegas científicos, pero también usé muestras de minerales de uranio que había en un museo.
Todas mis pruebas confirmaron que la actividad de emisión era una propiedad atómica, tanto del uranio como también del torio, y estos elementos eran activos independientemente del compuesto químico del que formaba parte.
La radioactividad era una propiedad del átomo mismo, y era mayor cuánto más porcentaje de cantidad de ese elemento había en el compuesto. El uranio metálico, al ser puro, daba la mayor intensidad de radiación. ¡Eso era muy lógico!
Mi mayor sorpresa la tuve cuando estudié algunos minerales naturales, que sabíamos tenían algunas impurezas de otros elementos. ¡Dos muestras de pechblenda dieron intensidades de radiación el doble y triple que el uranio metálico! ¿Cómo podía ser esto?
Para comprobarlo, preparé en mi laboratorio una sal de fosfato de uranio que se llama chalcolita, con exactamente la misma composición química que el mineral natural que había usado. Al medirle la intensidad encontré que era la quinta parte de la del mineral natural.
Esto no puede ser, pensé. Aquí hay algo extraño que no puedo ignorar. La única explicación que creí posible era que los dos minerales naturales, la pechblenda y la chalcolita tuvieran otro elemento diferente al uranio. Si esto era así, entonces la cantidad de este elemento debía ser muy pequeña porque los análisis químicos no lo detectaban, y por lo tanto ese elemento debía ser muy activo ya que producía emisiones de mucha intensidad. Decidí presentar todos estos resultados en la Academia de Ciencias de Francia, pero como yo no era miembro, ni tampoco Pierre, tuve que pedirle a mi colega el físico Gabriel Lippmann, que los expusiera por mí. Quiero contarles que en aquel momento la Academia de Ciencias era un grupo muy selecto de científicos hombres, y solo sus miembros podían presentar trabajos y participar en sus discusiones.
El siguiente trabajo que escribí, con Pierre como co-autor, se tituló «Sur une substance nouvelle radioactive, contenue dans la pechblende» (Sobre una nueva sustancia radioactiva contenida en la pechblenda) y también lo presenté a la Academia de Ciencias, pero esta vez fue mi colega y colaborador Henri Becquerel, quien lo expuso.
En el título de este trabajo fue cuando se empleó por primera vez la palabra “radioactiva”, que cree para describir este fenómeno, y que luego sería ampliamente difundida y utilizada para describir el proceso de emisión espontáneo de radiación que tienen los átomos de algunos elementos.
Descubrimiento del Polonio
Todos en este grupo de trabajo (Henri, Pierre y yo) nos pusimos a buscar este nuevo elemento que estaba en el mineral pechblenda, y que debía ser altamente radioactivo.
Como yo era química, comencé a aplicar todos los pasos del esquema de análisis químico cualitativo tradicional, que había desarrollado el prestigioso químico alemán Carl Fresenius unos 40 años atrás. Este procedimiento de análisis químico tomó el nombre de “marcha de cationes” y todavía se enseña a estudiantes en las Facultades de Química y se aplica en los laboratorios.
Para este procedimiento tuve que utilizar ácidos muy fuertes como el ácido sulfúrico, y el ácido nítrico y el muy maloliente sulfuro de hidrógeno, que tiene ese conocido olor a «huevo podrido». Al final de este largo proceso de separación química de todos los cationes de los metales que contenía la pechblenda, logré separar y aislar una cantidad pequeña de sulfuro de bismuto, que tenía todo el bismuto del mineral natural y ningún otro metal.
Cuando calenté esta muestra se formaron vapores. Los recuperé y luego los condensé, obteniendo finalmente un compuesto sólido de color negro. Al hacer el análisis químico, encontré que no contenía bismuto, pero mostraba tener una alta radioactividad. ¡El nuevo elemento estaba allí!
Para reconocer la existencia de un nuevo elemento químico no era suficiente que mostrara que tenía radioactividad, necesitaba identificarlo de algún otro modo, para que mis colegas científicos de todo el mundo lo comprobaran y aceptaran. No tuvimos éxito al aplicar el análisis espectroscópico que se utilizaba habitualmente para identificar con certeza a tantos otros metales, porque no pudimos identificar un nuevo patrón de líneas de radiación electromagnética (luz) en la región visible del espectro, y que fuera la “huella digital” de éste nuevo elemento.
Como científicos, no podíamos afirmar lo que no habíamos comprobado en forma rigurosa, esencia del procedimiento científico. Entonces hicimos un informe de nuestras investigaciones y resultados diciendo tan solo:
“[…] creemos que la substancia que hemos extraído de pechblenda contiene un metal previamente desconocido, un vecino (en la tabla periódica) del bismuto en sus propiedades analíticas. Si la existencia del nuevo metal es confirmada, proponemos llamarlo Polonio, por la tierra natal de uno de nosotros”.
Era el año 1898 y a este nuevo elemento toda la comunidad científica lo llamaría con el nombre de mi país, y así fue como ocurrió. Pero tuvieron que pasar unos años más para que fuera reconocido como tal, ya que recién en el año 1903 se pudo aislar e identificar como un nuevo elemento, y quién lo hizo fue el químico alemán Willy Marckwald. Luego de aislarlo, Marckwald lo llamó “radiotelurio” porque era similar en comportamiento químico al Telurio pero era radioactivo. Cuando se verificó que se trataba del elemento que nosotros habíamos descubierto antes, entonces se le dio definitivamente el nombre de Polonio.
¡Quiero contarles que a lo largo de todo ese siglo XIX (los años 1800) se descubrieron un total de 50 nuevos elementos!
La Tabla Periódica que hoy ustedes conocen tiene 118 elementos ya identificados, de los cuáles 89 elementos son naturales y 29 elementos fueron creados artificialmente en los laboratorios de física de colisiones de alta energía. Imaginen cómo trabajamos los químicos y físicos de esa época que llegamos a descubrir más de la mitad de los elementos que forman toda la naturaleza que nos rodea. Tan solo en la década en que nosotros descubrimos el Polonio (años 1890s) se descubrieron otros 8 elementos nuevos: los gases nobles o inertes Neón, Argón, Kripton, Xenón y Radón descubiertos por William Ramsay (junto con su discípulo Morris Travers) y por lo que recibió el premio Nobel en Química del año 1904, el Actinio, el Europio y finalmente el Radio, que también descubrí junto con mi esposo Pierre.
Descubrimiento del Radio
Ahora voy a contarles como seguimos trabajando luego que descubrimos el Polonio.
En todo el procedimiento químico que hicimos para separar y aislar el polonio, fuimos dejando a un lado residuos sólidos que contenían a los restantes elementos que contenía la pechblenda de partida, como ser cantidades importantes de compuestos de silicio, hiero, aluminio y plomo, y cantidades pequeñas de compuestos de bario, bismuto, actinio y de polonio.
Al continuar investigando con estos materiales observamos que el residuo que contenía cloruro de bario también mostraba una importante radioactividad, ¡pero sabíamos que el bario no era radioactivo! Allí, junto al bario, debía haber otro elemento desconocido aún.
Con este material comenzamos a aplicar un procedimiento químico de separación que se llama “cristalización fraccional” que nos permitiría obtener una muestra concentrada de este elemento desconocido.
Cuando obtuvimos una muestra aún de baja pureza, vimos que era 900 veces más radioactiva que el uranio metálico. Esto era sorprendente, entonces le comunicamos a toda la comunidad científica el descubrimiento de otro nuevo elemento, al que llamamos Radio. Intentamos determinar el peso atómico de este nuevo elemento, pero el valor que obteníamos era muy próximo al del bario, por lo que pensamos que la muestra que habíamos obtenido todavía contenía mucha cantidad de bario, y la fracción de Radio debía ser muy pequeña aún. Esto nos hizo ver claramente que la radioactividad del Radio debía ser muy grande.
Esa fracción emitía tanta radiación que comenzamos a hacernos la misma pregunta que se había hecho Henri Becquerel antes: ¿Cuál es el origen de esa energía? Todavía no teníamos respuesta a esto.
Una idea posible era que todo el universo estuviera entrecruzado por un tipo de radiación desconocida aún, y los átomos pesados de uranio, thorio, polonio y radio tenían el poder de capturar esta radiación.
Pero si fuera así, este fenómeno violaría la segunda ley de termodinámica. ¿O la primera ley de la termodinámica que establecía la conservación de energía, era inadecuada?
Para resolver estas preguntas debíamos seguir trabajando y para ello necesitábamos más cantidad de este nuevo elemento para hacer una investigación más completa. Entonces me dediqué a procesar más residuos del mineral pechblenda que venía de las minas de Joachimsthal (en la actual República Checa).
El procedimiento de trabajo lo describí detalladamente en mi tesis doctoral y lo expuse en la Facultad de Ciencias de París el 12 de Junio de 1903 para obtener mi grado de Doctor en Ciencias Físicas. El presidente del tribunal fue el Dr. Gabriel Lippmann y los otros dos examinadores fueron los Dres. Edmon Bouty (un físico) y Henri Moissan (un químico), quienes trabajaban sobre soluciones electrolíticas.
Como les decía, al final de todas las etapas del trabajo de procesamiento del mineral inicial, el bario y el radio quedaban juntos y debíamos separarlos. Aplicamos muchas etapas de cristalización fraccionada para purificar el cloruro de radio. Para cada nueva muestra que obteníamos le medíamos la radiactividad y el peso atómico. Cuando terminábamos cada nueva etapa, notábamos que la nueva muestra tenía una radiactividad mayor y el peso atómico que determinábamos iba siendo cada más distinto y mayor que el del bario. Todo el proceso fue muy laborioso y complicado, hasta que finalmente pudimos obtener una muestra de cloruro de radio puro.
¿Cómo sabíamos que habíamos obtenido una muestra pura de cloruro de radio y sin residuos de cloruro de bario? Porque continuamos haciendo etapas sucesivas de cristalización fraccionada y purificación, y las nuevas muestras que obteníamos nos daban una radioactividad y peso atómico constantes, señal inequívoca que habíamos llegado a obtener el compuesto puro.
El trabajo fue enorme, y para darles una idea de ello les cuento que, del procesamiento de una tonelada de residuos de la pechblenda, ¡obtuvimos solo una décima de gramo del cloruro de radio puro! Para obtener cerca de un gramo del material, que era una cantidad apenas suficiente para continuar haciendo investigaciones más completas, tuvimos que procesar 8 toneladas de residuos del mineral. Para 1898 habíamos descubierto dos nuevos elementos con tan solo algunos meses de diferencia.
En el año 1903, la Academia de Ciencias de Suecia inicialmente otorgó el Premio Nobel en Física a Henri Becquerel (la mitad) y a Pierre por el descubrimiento de la “radioactividad espontánea”, excluyéndome por ser mujer. Fue gracias a Pierre, quien de hecho se había sumado a una investigación que inicialmente estaba desarrollando sola, que instó para que se reconociera todo mi esfuerzo y trabajo. De esta manera, finalmente se me terminó otorgando también a mí este importante reconocimiento, convirtiéndome así en ser la primera mujer en recibir un premio Nobel, antes de obtener mi Doctorado en Ciencias Físicas. Si bien, en mi caso la resolución fue favorable, hubieron muchos casos después y lo siguen habiendo, en los cuales se ignora el rol de las mujeres en muchos descubrimiento e investigaciones a los que luego les fue otorgado un premio Nobel. Una cuestión para seguir pensando.
Siguiendo con el relato, les dejo un comentario importante: el premio Nobel consiste en una medalla y una importante suma de dinero, y nuestra parte la destinamos a los materiales y equipos que necesitábamos para continuar investigando, que es lo que amábamos hacer.
Sin embargo, no todo fue color de rosas. En 1906, al finalizar un día atareado con una reunión, es que me comunican que mi amado Pierre había fallecido producto de un accidente. El siguiente tiempo no fue fácil para mí. Había perdido a quien no solo había sido mi compañero en mi pasión por la ciencia, sino a mi compañero de vida. Si bien estaba alejada de mi familia y seres amado, tenía por suerte la compañía de mi suegro, con el que vivíamos hace un tiempo y que me ayudó a cuidar a mis hijas mientras yo retomaba con mis investigaciones.
Tras su fallecimiento, me fue ofrecido el puesto que había sido de Pierre hasta ese momento como profesor en la Universidad de la Sorbona, impensado para una mujer hasta ese momento. Lo acepté, creyendo que de esa manera podría establecer en algún momento un laboratorio como el que siempre soñábamos con Pierre. Mi primera clase estuve repleta de estudiantes y diversos profesionales, que curiosos o por apoyo, fueron a presenciar la primera clase impartida por una mujer en esa Universidad.
Retomando mis investigaciones, fue recién en 1910 que pude obtener el radio en forma metálica, en colaboración con nuestro colega André Debierné, que era físico y químico, y fue el sucesor de Pierre como profesor en el Instituto del Radio. André Debierné había descubierto el nuevo elemento Actinio en 1899, al año siguiente que nosotros descubrimos el polonio y el radio. El radio en estado metálico era muy similar en características al bario, lo que lo ubicó en el mismo grupo de la Tabla Periódica de Mendeleev.
Mas tarde, en el año 1911 recibí el segundo premio Nobel, esta vez en Química, por el descubrimiento de los elementos polonio y radio. Convirtiéndome en ser la primera persona en conseguir dos premios en dos disciplinas distintas. Entremedio, en 1914, se desató la Gran Guerra en Europa, que más tarde se llamaría Primera Guerra Mundial. En ella, y debido a mi carácter inquieto y proactivo, diseñé centros de rayos X móviles, que permitieron que esta tecnología pudiera ayudar en el cuidado de los heridos. Para ello conté con la ayuda de mi hija Irene. Convencí a diferentes actores para que me ayudaran en mi tarea, siendo muy importante la modificación de vehículos para poder transportar todos los instrumentos necesarios. Inclusive aprendí a manejar para poder ir por mi cuenta al campo de batalla. Luego me siguieron muchas mujeres, a las que enseñe todo lo necesario para poder lograr que esta tecnología llegara a la mayor cantidad de centros posibles. Mi hija Irene terminó recibiendo una medalla militar gracias a nuestros aportes en esta Guerra.
Al finalizar esta terrible guerra, continué trabajando y en 1919 fundé junto con mi colega el Dr. Claude Regaud, el Instituto del Radio de París. Claude Regaud dirigió el laboratorio de medicina y biología, mientras que yo dirigí mi tan ansiado laboratorio de física y química, el sueño que habíamos tenido con Pierre. El objetivo central de este instituto fue la investigación de la radioactividad y sus aplicaciones, y llegó a tener alrededor de 50 investigadores trabajando en diferentes temas.
Con nuestro trabajo y esfuerzo logramos que este instituto se convirtiera en un centro de referencia mundial en el estudio de la radioactividad, y dediqué mi trabajo de investigación para aislar, concentrar y purificar compuestos de los elementos polonio y actinio, y a medir el contenido de radio en muchos productos que utilizaban los médicos.
Allí trabajaron también mi hija Irene Curie y su esposo Frederic Joliot, quienes recibieron el premio Nobel en Química en el año 1935 por la síntesis de nuevos elementos radioactivos, es decir por conseguir en forma artificial la emisión de radioactividad.
Lamentablemente no pude presenciar la entrega de este premio porque el 4 de Julio del año anterior, 1934, fallecí debido a la leucemia que había contraído por la exposición durante tantos años a esa radiación que tanto había contribuido a descubrir.
Entregué mi vida a la ciencia, y con ello logré grandes descubrimientos que, gracias a la ayuda de mi esposo, mis hijas y diversos colegas con los que trabajé a lo largo de los años, permitieron aportar a la ciencia en un trabajo colectivo e interdisciplinar, que es como más se pueden enriquecer el trabajo del humano.
Les dejo finalmente, para que reflexionemos sobre cuál es el rol que las mujeres tienen en la ciencia hoy en día, y como a pesar de haber pasado ya más de 150 años de mi nacimiento, se siguen aconteciendo diferencias solo por el hecho de ser mujeres. Deseo nuevamente decir, que espero que más mujeres y niñas se dedican a las ciencias y que ellas puedan ver un mundo donde todas las personas podamos ser tratadas por igual sin importar nuestros orígenes.
¡Gracias!
Anexo
Los nuevos elementos Polonio y el Radio se descubrieron en el año 1898 y fue debido a que ambos emitían radiación, pero en ese momento no se conocía la naturaleza de esa radiación, es decir, qué era lo que constituía dicha radiación.
Las características de los rayos emitidos desde una fuente de uranio, fueron determinados por Ernest Rutherford (en Canadá) y Paul Villard (en París) en 1899 y 1900, quienes identificaron tres tipos de emisiones: los rayos alfa, rayos beta y rayos gama.
Un aspecto que asombraba a los Curie, a Becquerel y a muchos otros científicos en aquel momento era la producción de calor que tenían sus muestras. Una muestra de cloruro de bario enriquecida en cloruro de radio en una sexta parte (solo 1/6 de la masa era de cloruro de radio) producía por hora la misma cantidad de calor que la combustión de una cantidad equivalente de hidrógeno, y esta producción de calor no mostraba señales de disminuir.
¿De dónde proviene toda esa cantidad de energía? Al respecto escribieron:
“Si uno busca el origen de este calor en una transformación interna, esta transformación debe ser de naturaleza muy profunda y causado por una modificación de los propios átomos de radio. La energía liberada en la transformación atómica debe ser extremadamente grande.”
¿Y cuál era el origen de esa energía?
No lo supieron hasta que Albert Einstein, un físico que trabajaba en un área de la física totalmente diferente, en 1906 publicó su trabajo titulado “El principio de mantener el centro de gravedad y la inercia de la energía”. En este trabajo expresaba su hoy famosa ecuación E = mC2, la cual significaba que, si un cuerpo perdía la cantidad de energía E, entonces su masa se reducía en E/C2. Tiempo después Einstein en otro trabajo escribía: «No está fuera de discusión que aquellos cuerpos cuya energía es muy variable, como las sales de radio, pueden proporcionar una prueba de esta teoría «.
Dado que C es la velocidad de la luz y esta elevada al cuadrado, es una cantidad muy grande, lo que indica que la aniquilación (o desaparición) de una cantidad muy pequeña (casi insignificante) de masa se transforma en una cantidad enorme de energía. Es aquí en dónde se produce la energía que observaban en la radioactividad.
Efectivamente, la Ley de la Conservación de la Energía, formulada por la termodinámica, ¡debía ser modificada!
Algunas cosas históricas sueltas
– El químico ruso Dmitriy Mendeleev formuló su Tabla Periódica de los Elementos Químicos en el año 1869, cuando Marie tenía solo dos años de edad.
– Al momento de los trabajos de Marie, no se tenía conocimiento de cómo era el átomo, se sabía que los átomos de cada elemento conocido debían ser diferentes, pero lo único que sabían con certeza era que tenían masas diferentes. También conocían que cada elemento tenía propiedades químicas diferentes a los otros.
En base a estas propiedades químicas de cada elemento y de su masa atómica, Mendeleev organizó su Tabla Periódica.
– Por 1834 Michael Faraday determinó desde sus experimentos de electrólisis, que la materia tenía propiedades eléctricas, es decir, que debía estar formada por partículas cargadas eléctricamente, pero no se sabía qué eran esas partículas cargadas.
– En 1897, Joseph Thomson descubre el electrón, y formula el primer modelo muy rudimentario del átomo, una bola de carga positiva con partículas negativas, los electrones, metidos adentro (como un “budín de pasas”).
– En 1898 y 1900 se determinan las características particulares de los rayos alfa, beta y gama.
Los rayos alfa son partículas de mucha masa con carga positiva.
Los rayos beta son partículas de poca masa con carga negativa o positiva, y se identificaron con los electrones (negativos) o positrones (igual al electrón, pero de carga positiva).
Los rayos gama son radiación electromagnética (ondas de luz), como los Rayos X, pero de mucha mayor energía.
– En 1911, Ernest Rutherford hizo unos experimentos utilizando partículas alfa y determinó que el átomo está formado por un núcleo, de carga positiva y mucha masa, y los electrones se encuentran alrededor del núcleo y muy alejados. Es el primer modelo o idea del átomo que comienza a estar en el camino correcto.
– Luego de este modelo atómico de Rutherford, se identificó a la partícula alfa como el núcleo del átomo de Helio (un átomo de helio sin sus electrones).
– El elemento helio fue descubierto en el Sol, en el año 1868 (el año anterior de la Tabla Periódica de Mendeleev) pero recién se lo descubre en la Tierra en 1895, y se lo encontró en el mineral cleveita, que es una forma impura del mineral uraninita (nombre actual de la pechblenda), un mineral conteniendo uranio.
En definitiva, el helio dentro de estos minerales que son radioactivos, se forma desde las partículas alfa positivas que emite el átomo uranio (y otros elementos presenten en cantidades muy pequeñas, como el polonio y el radio), y al capturar electrones y quedar atrapadas dentro del mineral, forman el átomo de helio.
El proceso de emisión espontánea de radioactividad se identificó luego con el proceso donde el núcleo de ciertos elementos espontáneamente se rompe emitiendo una partícula alfa, o una partícula beta, o ambas, y todo junto con emisión de radiación gama. El resultado de estas emisiones de alfa y/o beta, es que el núcleo cambia su número de protones (las partículas de carga positiva que lo forman, junto con los neutrones sin carga) y se convierte en el núcleo de otro elemento diferente.