Por Armando Mudrik
Diálogo con el profesor y astrónomo amateur Carlos Colazo
Seguramente muchos recordarán aquella noticia que en 2014 circuló en la prensa nacional e internacional en relación con el descubrimiento (2013) de un sistema de anillos en un asteroide de nuestro sistema solar. Quizás también otros recuerden que aquel aporte científico fue realizado (en parte) por un investigador argentino ligado al campo de la astronomía en Córdoba: el ingeniero y profesor Carlos Colazo. Docente y respetado reconocido astrónomo amateur de Las Varillas.
Por su dedicación y pasión, Colazo ha inspirado a jóvenes (y a no tan jóvenes) entusiastas aficionados a la astronomía. En paralelo a su actividad educativa, ha dedicado gran parte de su vida a la observación astronómica y al desarrollo de vínculos de colaboración científica entre astrónomos profesionales y aficionados. De hecho, esta ejemplar cooperación conocida en la jerga como pro-am fue la que lo ha conducido a realizar importantes aportes al conocimiento científico del universo.
Plaza Cielo Tierra dialogó con Colazo con el objetivo de repasar su singular trayectoria y movilizar al público con su particular entusiasmo científico. “Mi vínculo con la astronomía comenzó en la infancia. Los manuales escolares, las revistas y la novedad de la TV (blanco y negro) fueron mis primeras fuentes de información. Cuando tenía 14 años operaba el telescopio de un pequeño observatorio escolar en Las Varillas, al este de la provincia de Córdoba. Cuando terminé mis estudios secundarios inicié el cursado del profesorado de Matemáticas, Física y Cosmografía. Un año después, el servicio militar obligatorio interrumpió mis estudios. Cumplida la obligación cívica, me mudé a la ciudad de Córdoba y empecé a trabajar con la idea de inscribirme en el Instituto de Matemáticas, Astronomía y Física (IMAF), para cursar la licenciatura en Astronomía. Problemas económicos y familiares requirieron que regresara a mi pueblo antes del inicio del año lectivo. Luego de una interrupción de dos años, retomé el cursado del profesorado para dedicarme definitivamente a la docencia. La materia Cosmografía había desaparecido de los planes de estudios por lo que me esperaban cuatro décadas dictando clases de Física, haciendo valiosos aportes de saberes y recibiendo mezquinos reconocimientos monetarios. En el platillo de lo bueno de la actividad estuvo siempre el vínculo con la astronomía”.
—El espacio de la noche resulta muy importante para la astronomía, y aún más para los astrónomos amateurs dedicados a la observación quienes, por lo general, tienen un contacto directo con el cielo nocturno. Los profesionales, en cambio, observan remotamente o analizan imágenes obtenidas por terceros. ¿Cómo fue forjando su relación con la noche y las prácticas observacionales?
—La astronomía observacional me apasionó siempre. Aproveché ese recurso para mis trabajos en la educación formal. Cuando empecé a colaborar en los trabajos de investigación liderados por astrónomos profesionales, lo hice desde la obtención de datos observacionales útiles. Las características son muy diferentes en cada caso. La observación contemplativa y placentera tiene el sabor del disfrute de la belleza y el misterio que ha cautivado desde siempre a la humanidad. Muchas noches despejadas de Luna nueva observé desde el atardecer hasta el amanecer sin posibilidad alguna de agotar la larga lista de estrellas dobles, cúmulos estelares, nebulosas y galaxias que habíamos planificado observar con amigos tan dedicados como yo. En aquellas ocasiones, la observación de algunos objetos de muy bajo brillo solía resultar frustrante, pero otras superaban mi expectativa haciendo que el tiempo resultase siempre escaso. Cuando muy joven, en soledad y en total oscuridad vivencie algunas experiencias impactantes fruto del desconocimiento y del temor ante el silencio de la nocturnidad. Experiencias en las que confundí —por ejemplo— a un búho de campanario con un extraterrestre. Por suerte, esas fantasías desaparecieron rápidamente y pude disfrutar de esos viajes imaginarios. La observación con fines científicos es menos romántica que la contemplativa, pero muy intensa en el dominio de la ansiedad que se vive antes de cada verificación de un fenómeno astronómico que se pretende observar. ¿Ocurrirá tal como uno lo espera? A veces se producen eventos inesperados y muchas veces sin posibilidad -en ese momento- de encontrar una respuesta lógica. Durante la observación interesa lograr los mejores datos. Serán los investigadores quienes deberán analizarlos minuciosamente.
—Colazo, allá por 1975, siendo un incipiente aficionado a la astronomía realizó una pasantía en el Observatorio Astronómico de Córdoba (OAC). Esta fue una experiencia que marcó un acercamiento al ámbito astronómico profesional, ¿qué cambió la pasantía en el OAC en su vínculo con la astronomía?
—En el año 1975 la Universidad Nacional de Córdoba realizó dos estadías científicas juveniles, una en junio y otra en diciembre. Jóvenes de toda la provincia tuvimos la oportunidad de realizar trabajos en diferentes facultades. El programa educativo tenía prevista la tutela de un profesional que destinaba una semana completa, exclusivamente a orientar un proyecto para que los adolescentes regresasen a sus escuelas con una vivencia vinculada a la actividad habitual de ese profesional en la universidad. Daniel Barraco (director de Plaza Cielo Tierra), dos jóvenes más y yo, todos con unos 15 años de edad integramos un equipo de trabajo bajo la tutela del doctor Carlos Raúl Fourcade, astrónomo del OAC. Allí aprendimos la técnica que se usaba para reconocer estrellas variables RR-Lyra en cúmulos globulares. Analizábamos placas fotográficas con el estereocomparador (o blink), instrumento que hoy integra la muestra museológica del OAC. Esa experiencia fue fundamental en mis decisiones posteriores (laborales y recreativas), incluso hoy, casi medio siglo después. Entre esas decisiones estuvo la posterior vinculación laboral con el OAC. Las autoridades del OAC conocían mis trabajos realizados entre 2009 y 2011 en mi modesto observatorio en Tanti (El gato gris). Mediante un convenio entre el OAC y el Ministerio de Educación de la Provincia de Córdoba, mi carga laboral quedó afectada durante siete años al desarrollo de observaciones en la Estación Astrofísica de Bosque Alegre (OAC) y en Tolar Grande (Salta).
—A los 42 años, ya teniendo una importante trayectoria como docente y aficionado a la astronomía, Colazo se gradúa como ingeniero mecánico. ¿Cómo surgió el interés por la ingeniería mecánica?, ¿tuvo alguna influencia el manejo de instrumental astronómico?
—Cuando tenía 30 años cerré una etapa de mi carrera docente como director de una escuela rural en la localidad cordobesa de La Tordilla para radicarme en la ciudad de Córdoba. Era la oportunidad de estudiar astronomía, pero seguía trabajando en el interior y los horarios de cursado eran incompatibles con mi disponibilidad horaria. Mi profesión era la docencia y quería cursar una carrera universitaria cuyos contenidos me ofrecieran la opción de capacitación que estaba buscando, para dar mejor mis clases de física a los jóvenes que pretendían estudiar en la universidad. Elegí el cursado de ingeniería en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) porque era de noche y ofrecían la capacitación que estaba buscando. No pensaba graduarme, pero me entusiasmé con los resultados, lo hice y hasta pude darme el gusto de ejercer la docencia universitaria durante varios años. Varias veces en mi vida cerré etapas y la universitaria no fue una excepción. Con mi esposa y con tiempos libres, en 2007 decidimos construir un observatorio en la localidad serrana de Tanti (ver imagen inferior). Al poco tiempo logré algunos aportes científicos importantes. La observación astronómica con fines científicos es una actividad fundamentalmente técnica, razón por la cual ya no es propia de los astrónomos profesionales. Mi formación universitaria me sirvió para mi profesión docente, pero —sin buscarlo— también fortaleció mi vocación por la astronomía observacional.
Observatorio El gato gris construido por Colazo y su esposa en Tanti, Córdoba. Crédito: Farid Char.
—¿Cómo se fue dando su interés por realizar o participar de contribuciones científicas en el estudio observacional de cuerpos menores del sistema solar?, ¿tuvo esto que ver con un contacto o acercamiento a redes de aficionados vinculados a temas particulares como, por ejemplo, la astrometría y fotometría de cuerpos menores del sistema solar?
—Apenas me gradué como ingeniero tomé contacto con astrónomos aficionados de la Asociación Cordobesa Amigos de la Astronomía (ACAA) y del Club Chakana de Villa Allende. En esa época estaba “de moda” el uso de los foros por internet (medio con el que aprendíamos en grupo las nuevas técnicas observacionales). Con varios aficionados, pero con el entusiasmo destacado de Roberto Vasconi, decidimos hacer un foro cordobés al que llamamos Red de Aficionados a la Astronomía (RAA), y otro de alcance nacional: Asociación de Observatorios Argentinos de Cuerpos Menores (AOACM). En esa misma época estudiantes de la licenciatura de Astronomía liderados por la estudiante Mónica Taormina (exalumna de mis clases de Física en la escuela secundaria), lograron la compra de un telescopio al que bautizaron Telescopio de los estudiantes, y que luego instalaron en una de las cúpulas del edificio histórico del OAC. Estudiantes y aficionados decidimos desarrollar proyectos de interés común. Así fue como nació el Grupo de Astrometría y Fotometría (GAF) para medir posiciones de asteroides, cometas y estrellas dobles, y para hacer curvas de luz de estrellas variables, tránsitos de exoplanetas y eventos vinculados a los asteroides.
—Este proceso de participación con contribuciones al campo de la astronomía académica le ha implicado a Colazo un singular intercambio con el mundo profesional. ¿Cómo ha impactado en su formación este proceso? En este contexto de relaciones, ¿pudo dar cuenta de diversas ideas o imaginarios sobre los aficionados que tienen los astrónomos profesionales? Asimismo, ¿qué motiva (ideas, objetivos, aspiraciones, intenciones) a un astrónomo amateur, o a usted en particular, a sumarse, a contribuir con proyectos surgidos en ámbitos profesionales?, ¿cómo buscan los físicos o astrónomos que lideran estos proyectos que los aficionados se inserten de manera no rentada en redes de trabajo profesional?, ¿es realmente concebido como un “trabajo” para un aficionado?
—La actividad desarrollada en la AOACM y el GAF nos permitió vincularnos con proyectos profesionales locales y de otros países. Los astrónomos aficionados empezamos a tener acceso a equipos baratos pero de tecnología suficientemente buena para obtener datos confiables. Muchos astrónomos aficionados pasamos las etapas: la contemplativa y la de astrofotografía con fines artísticos, luego nos interesamos por incursionar en la novedosa “ciencia ciudadana”. Esa motivación y el interés de los astrónomos profesionales por los datos que podíamos obtener, a pesar de lo modesto de nuestro instrumental, hicieron que en estos últimos años se hayan desarrollado muchos proyectos pro-am. La principal dificultad del trabajo conjunto de profesionales y aficionados radica en la lógica demanda de cumplimiento estricto -en tiempo y forma- de las etapas de un proyecto profesional rentado. Los astrónomos profesionales deben rendir cuentas de su trabajo mientras que la actividad no rentada y placentera del aficionado (no es un trabajo), está condicionada por otros factores y demandas. Para un aficionado son prioritarias sus obligaciones laborales y familiares antes que la tarea observacional no rentada. Como un aficionado no puede garantizar una continuidad en su producción de datos, he llegado a la conclusión que la mejor forma de vinculación pro-am es entre profesionales y grupos de aficionados, porque la merma de producción individual y circunstancial de algunos siempre es suplida por la actividad del grupo. Actualmente estoy trabajando en ese sentido, fomentando el armado de grupos de trabajo. Los campos de colaboración pro-am también son pocos y siempre vinculados al seguimiento observacional de grandes poblaciones de objetos brillantes que dejan improntas puntuales en las imágenes de nuestras cámaras fotográficas. Es por ello que siempre participé solamente en proyectos observacionales astrométricos y fotométricos.
Siguiendo con este interesante tema que estructura las redes de trabajo que involucran proyectos de investigación astronómica, le consultamos a Colazo sobre el impacto que tiene en la astronomía contemporánea el trabajo no rentado de los aficionados con su instrumental insertándose en proyectos académicos. Así también, si conoce de proyectos ideados en el seno de grupos amateurs que hayan tenido eco en proyectos surgidos en el contexto de la producción profesional de conocimiento, y si considera que existe una libertad en los aficionados para idear proyectos originales que en el contexto profesional o académico no, por estar sujetos a intereses institucionales o de otra índole. Sobre todo esto, aclaró: «El impacto del trabajo no rentado en astronomía depende de la perseverancia y el aprendizaje logrado por el astrónomo aficionado. En algunas especialidades los investigadores no tienen tantas fuentes de datos recientes. El acceso a los grandes equipos profesionales suele ser insuficiente para la necesidad de grandes cantidades de datos. Los astrónomos aficionados suelen cubrir ese déficit de los investigadores. No siempre se produce un reconocimiento justo, pero los aficionados tampoco hacen su tarea esperando una devolución. El problema es que resulta difícil sostener proyectos de largo alcance. Actualmente integro el Grupo de Observadores de Rotaciones de Asteroides (GORA), continuación de la AOACM, pero dedicado casi exclusivamente a la fotometría de asteroides. El proyecto es una iniciativa de astrónomos aficionados con la ayuda de investigadores profesionales que ayudan a la hora de redactar los artículos que son publicados en revistas científicas arbitradas. Resulta gratificante ver plasmado en las bases de datos internacionales los aportes que realiza GORA.
—¿Cuál es su vínculo con proyectos como aquel que movilizó el descubrimiento de anillos en el asteroide Chariklo o el de la búsqueda de la contraparte óptica de la primera detección de ondas gravitacionales?, ¿y con respecto del descubrimiento del asteroide 2016 CH138?
—Antes de vincularme con el OAC tuve la oportunidad de aportar datos de ocultaciones asteroidales al instituto de Astrofísica de Andalucía, particularmente al doctor Rene Duffard, egresado de la Universidad Nacional de Córdoba. Uno de esos trabajos me convirtió en coautor de un artículo sobre el objeto trans-neptuniano Makemake que se publicó en la prestigiosa revista Nature. Cuando me convocaron para participar en la reactivación de Bosque Alegre, intensificamos las observaciones propuestas por el doctor Rene Duffard con un equipo de mayores dimensiones que conseguimos, con muchas dificultades, poner nuevamente operativo. En ese momento, se sospechaba que el asteroide Chariklo presentaría una dualidad asteroide-cometa, por lo que nos convocaron para observar una ocultación de una estrella por ese asteroide que ocurriría en la madrugada del 3 de junio de 2013. Junto a otros observatorios sudamericanos, observamos curiosos eventos que -tras un minucioso análisis- nos llevaron a descubrir el primer sistema de anillos que rodea a un asteroide. Para simplificarlo: descubrimos el primer “mini Saturno” del sistema solar.
Nota televisiva a Carlos Colazo donde desarrolla los detalles sobre el descubrimiento de los anillos de Chariklo.
En cuanto a su trabajo en la búsqueda de la contraparte óptica de la primera detección de ondas gravitacionales, Colazo explicó: “Otro evento casual ocurrió el 14 de septiembre de 2015. Estábamos instalando un telescopio en el cerro Macón, en la Puna salteña para el proyecto denominado Transient Optical Robotic Observatory of the South (TOROS). El doctor Mario Díaz de la Universidad de Río Grande Valley (Texas, EE. UU. ) recibió la comunicación de la primera detección de ondas gravitacionales. En un clima de mucha ansiedad, llegaron a nosotros mapas de vastas zonas del cielo donde podía estar localizada esa misteriosa fuente de energía. Era posible encontrar la confirmación óptica del objeto que habría generado esas ondas gravitacionales, nunca antes detectadas. Recorrimos muchas galaxias tratando de encontrar ese punto brillante que lo delataría. Fue en vano, pero nuestro esfuerzo fue reconocido en varias publicaciones científicas de ese evento histórico que condujo al premio Nobel a quienes impulsaron el proyecto que se materializó con aquella detección”.
Y por último, en relación con el descubrimiento del asteroide 2016 CH138, indicó: “Desde 2013, con el astrónomo aficionado Marcos Santucho, desarrollamos un taller de astrometría de cuerpos menores para aficionados y estudiantes universitarios. Una de las actividades consistía en la participación de un programa de ciencia ciudadana que consistía en analizar imágenes tomadas por el telescopio de 1,8 metros denominado “Pan-STARRS 1” e instalado en Haleakala – Maui – Hawaii. En unas imágenes tomadas en la madrugada del 1 de febrero de 2016 detectamos un punto tan débil que -por protocolo- debía ser descartado. Inmediatamente nos propusimos barrer la zona con el telescopio de Bosque Alegre. El 4 de febrero lo encontramos, lo medimos e hicimos un cálculo aproximado de su órbita, lo que nos permitió localizarlo nuevamente el 10 y el 14 de febrero. Cinco años después, el Minor Planet Center continúa reconociendo a Bosque Alegre como descubridor de este asteroide ubicado entre las órbitas de Marte y Júpiter, a la espera de nuevas observaciones que confirmen definitivamente el descubrimiento, proceso que puede llevar una década o más».
—A pesar de su retiro laboral como docente, Carlos Colazo sigue vinculado a la escuela, a la educación y a la divulgación científica o astronómica. En este marco, desarrolla el Taller de Astronomía Cultural y Observacional (TACO) de la Escuela Normal Superior doctor Agustín Garzón Agulla de la ciudad de Córdoba, en el que participan estudiantes de diferentes niveles educativos, docentes y vecinos de diferentes edades. ¿La educación y la divulgación de la astronomía está atravesada o marcada por diálogos que establecen otras relaciones con el cielo y el mundo en general?
—La enseñanza y la difusión de la astronomía siempre conducen a interesantes y apasionados debates que exceden ampliamente las temáticas propias de los contenidos de esta ciencia. Son pocas las ciencias que son tan atravesadas por otras formas de construcción de conocimientos y que tanto han movilizado a los individuos y a las comunidades a lo largo de la historia de la humanidad. Es muy rica la influencia de los conocimientos astronómicos en la evolución de las culturas de la antigüedad, pero hasta el cierre del último conflicto bélico mundial se había encaminado hacia un objeto externo de conquista: la Luna. La mitología, la religión, la astrología, la muy probable existencia de vida extraterrestre y la eventual “visita” de esos extraños seres, fueron y son vinculados con los objetos de estudio de la astronomía. Quienes nos aproximamos a esta ciencia, distanciados de esas otras miradas, tenemos que convivir con creencias y abordajes no siempre compatibles con nuestras convicciones. Esas diferencias generaron fatales desencuentros en el pasado, pero hoy generan —como máximo— acaloradas discusiones que evidencian la vehemente búsqueda del ser humano por entender las razones de la propia existencia y la de todo su entorno. Eso hace de la astronomía una ciencia apasionante.