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Crédito: Elianne Dipp, Pexels.com.es (CC0).
Los cetáceos, aunque sea difícil de imaginar, están estrechamente relacionados con los mamíferos del grupo Artiodactyla, es decir, con las vacas, cerdos, hipopótamos, ciervos y jirafas, entre otros. 
A lo largo de la evolución de la vida en la Tierra, muchas criaturas gigantes habitaron el planeta y muchas de ellas se extinguieron. Algunos descendientes, de los animales más grandes que habitaron el planeta, hoy perduran y conforman un grupo muy diverso e interesante: los cetáceos.
Los cetáceos incluyen a dos grupos: los odontocetos (Odontoceti) y los misticetos (Mysticeti). El primer grupo es el que agrupa a los delfines, orcas, belugas y narvales, entre otros. Mientras que el grupo de los misticetos es el que incluye a las ballenas barbadas. 
Los cetáceos, aunque sea difícil imaginar, están estrechamente relacionados con los mamíferos del grupo Artiodactyla, es decir, con las vacas, cerdos, hipopótamos, ciervos y jirafas, entre otros. El descubrimiento de este parentesco involucró muchos años de discusiones y hallazgos. De hecho, ya Charles Darwin había sugerido que los antepasados de las ballenas debían haber sido mamíferos terrestres, pero faltaba descubrir  fósiles para comprobar aquella hipótesis. 
Casi cien años después de la muerte de Darwin, en 1983, se descubrió en Pakistán un fósil del Eoceno del período Paleógeno de la era Cenozoica (56 millones de años atrás). Pertenecía a un animal terrestre y carnívoro, Pakicetus, un mamífero del tamaño de un lobo que aparentemente se alimentaba en el agua ante la escasez de alimento en áreas terrestres  Los científicos encontraron muchas similitudes entre ese esqueleto y el de los cetáceos. Estudios posteriores, incluidos datos genéticos, confirmaron su parentesco con los antiguos cetáceos.
Reconstrucción de Pakicetus.
Actualmente existe cierto consenso alrededor de la idea de que los cetáceos forman parte del grupo de los artiodáctilos. Tanto los cetáceos como los artiodáctilos se caracterizan por la presencia de un astrágalo (el hueso que articula la tibia y el peroné con los pies, también conocido como taba) en el que hay, a diferencia del resto de los mamíferos que tienen sólo uno, dos puntos de apoyo (trócleas) para la tibia. Esto es único para este grupo y gracias a ese hueso particular se sabe que los cetáceos marinos están emparentados con los artiodáctilos terrestres. En la actualidad, estos animales en conjunto, forman el grupo Cetartiodactyla

Pie humano, se ve la articulación formada por el hueso astrágalo.
Astrágalo de un mamífero (a) comparado con astrágalos de Pakicetus (b), cerdo (c) y ciervo (d).
Odontocetos y misticetos 
El grupo de cetáceos odontocetos se caracteriza por la presencia de dientes afilados, ya que estos animales son carnívoros; además, respiran por un orificio en la parte superior de la cabeza y poseen un órgano llamado melón, en la parte delantera de su cabeza, que les permite reconocer el entorno a través de vibraciones sonoras (ecolocación).
Orca, cetáceo odontoceto.
En cambio, el grupo de los cetáceos misticetos se caracteriza por llevar barbas, largas estructuras de queratina (la misma proteína que forma los pelos en el resto de los mamíferos). Estas barbas se ubican en la mandíbula superior de las ballenas. Mediante ellas filtran krill, peces u otros organismos del agua y se alimentan. Este grupo tiene dos orificios para respirar, que se ubican en la parte superior de la cabeza.
Ballena, cetáceo misticeto.
Dentro del grupo de ballenas con barba existen especies muy populares conocidas mundialmente. Por ejemplo, la ballena azul (Balaenoptera musculus), el mamífero de mayor tamaño en la actualidad. Se encuentra en los océanos Atlántico y Pacífico Norte aunque las poblaciones más grandes se registran en el hemisferio sur. Llega a alcanzar los 33 metros de longitud, y un adulto puede llegar a pesar alrededor de 190 toneladas.  
La ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) es popular por sus cantos. A fines de los ochenta se descubrió que emitían sonidos para comunicarse entre sí y que estos cantos eran complejos y elaborados. Hasta el día de hoy los sonidos siguen siendo muy estudiados y ayudan a comprender los comportamientos de estas ballenas. Esta especie está distribuida en casi todos los océanos del mundo, excepto en el Mediterráneo. Durante el verano viaja a latitudes más altas, cerca de los polos y durante el invierno, a latitudes más bajas en donde se reproducen.
Finalmente, una de las especies más conocidas por los argentinos es la ballena franca austral (Eubalaena australis). Esta especie habita los océanos del hemisferio sur. Durante el invierno y la primavera pueden verse en las costas de Sudamérica, Sudáfrica y Australia y durante el verano en la región subantártica. En Argentina, esta especie puede observarse de junio a noviembre en la costa patagónica. En ese sector durante el invierno, las ballenas paren a sus crías y utilizan las penínsulas de la costa como refugio para criar a sus ballenatos; en Península de Valdés se encuentra la mayor estación de cría del continente. Estas ballenas pueden reconocerse fácilmente por sus callos, engrosamientos de piel que se distribuyen en el cuerpo, sobre los que se adhieren y crecen unos crustáceos parásitos haciendo que estos callos se vean más claros y blanquecinos. Las ballenas francas australes pueden identificarse gracias a estos callos, ya que cada individuo tiene un patrón de callos diferentes y eso permite saber qué individuo es cada uno observando esos callos. 
Imagen aérea de dos ballenas francas australes, se ven diferencias en el patrón de callos que se utiliza para identificar individuos.
Esta especie fue declarada Monumento Natural Nacional en 1984 para contribuir a su protección y actualmente sus poblaciones constituyen uno de los principales atractivos turísticos de la región patagónica.
Conservación de las ballenas
Todas las ballenas del mundo han sufrido el impacto de la caza. Se estima que, por ejemplo, existían alrededor de 150 a 240 mil ejemplares de ballenas azules en el hemisferio sur, pero desde fines del siglo XIX como las ballenas eran muy buscadas para utilizar su grasa, sus barbas y su carne, sus poblaciones se redujeron increíblemente por la caza. Con estos elementos se fabricaban velas, peines y la gente consumía su carne. 
La caza masiva que experimentaron muchas especies hizo que varias de ellas estuviesen en peligro de extinción. En 1960 aproximadamente, la preocupación por las ballenas contribuyó a que muchas especies de ballenas fueran protegidas de la caza y  paulatinamente las poblaciones fueron recuperándose, aunque nunca volvieron a estar en los  niveles originales. Se estima que hoy, por ejemplo, solo quedan 12 mil ejemplares en el hemisferio sur. 
En la actualidad la caza ilegal de ballenas sigue siendo un problema para conservar a estas especies, ya que muchos barcos pesqueros siguen cazando excesivamente para vender en mercados ilegales estos productos que obtienen de las ballenas.
Es importantísimo conservar a las ballenas y comprender el rol fundamental que estas especies llevan a cabo en los océanos. Por un lado, las heces que producen las ballenas sirven de nutrientes para otros organismos que habitan los océanos. Los desechos que producen las ballenas son ricos en nutrientes como hierro, fósforo y nitrógeno; todos estos elementos sirven para que microalgas, krill y otros organismos puedan proliferar. Por otro lado, cuando una ballena muere, su cuerpo sirve de alimento para cientos de organismos del fondo marino por lo que su aporte a las redes tróficas es clave. 
Las ballenas, a través de sus roles ecosistémicos, contribuyen a mitigar también el cambio climático ya que al liberar nutrientes ayudan a que muchas algas y organismos fotosintetizadores que habitan el océano se reproduzcan y mientras lo hacen incorporen más dióxido de carbono.
Teniendo en cuenta la importancia que estos gigantes tienen para la salud de los ecosistemas marinos y  para el planeta Tierra en general, es indispensable que la protección de las ballenas sea una prioridad para la humanidad.
Fuentes

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