Un acercamiento desde diferentes tradiciones
Grupos humanos alrededor de todo el mundo han observado y establecido relaciones simbólicas con diversos fenómenos y rasgos del cielo nocturno. Esto incluía a menudo la agrupación de estrellas en constelaciones o asterismos. Asimismo, algunas tradiciones también identificaron y consideraron ciertas características dentro de las zonas “oscuras” de la Vía Láctea, brazo de nuestra galaxia que observamos desde la Tierra, donde el polvo y el gas interestelar bloquean la luz de las estrellas y las oscurecen (ver imágenes inferiores). Al igual que las constelaciones estelares, estas «constelaciones oscuras» suelen representar elementos de importancia dentro de las tradiciones y cosmologías que las observan. De hecho, la percepción de estas “constelaciones” está arraigada a los esquemas de percepción del cosmos que diferentes grupos humanos han desarrollado.
En esta nota, iremos abordando desde la astronomía cultural, diferentes representaciones astronómicas realizadas en las zonas oscuras de la Vía Láctea por diferentes culturas, tradiciones y grupos humanos repartidos por el mundo; para comprender mejor la naturaleza de estas particulares representaciones, y cómo articulan con los sistemas de conocimiento en los cuales surgen, y su contexto social. Abarcaremos varias regiones geográficas en donde encontraremos distintos grupos humanos que han desarrollado constelaciones oscuras en el contexto de sus relaciones tradicionales con el espacio celeste: los mayas (en Mesoamérica), los incas (en los Andes sudamericanos), los moqoit (en Argentina), los tupí (en Brasil), los aborígenes y los isleños del Estrecho de Torres (en Australia), los xhosa, los sotho, los zulúes y los tswana (en Sudáfrica), y los polinesios (en el Pacífico).
La idea es acercarnos a las constelaciones oscuras con el objetivo de examinarlas comparativamente y de manera general, para de este modo comprender mejor su papel en los sistemas de conocimientos ligados al cielo de diversos grupos humanos alrededor del mundo.
Aborígenes de Australia y del Estrecho de Torres
La Vía Láctea es un elemento destacado en las tradiciones astronómicas de varias culturas aborígenes de Australia y de los isleños del Estrecho de Torres. Entre los conocimientos astronómicos de la Australia indígena, los objetos y fenómenos celestes cumplían una multitud de funciones, entre ellas la calendárica, estacional y otras ligadas a distintos aspectos sociales.
Los objetos celestes que se elevan y se ponen al anochecer o al amanecer pueden tener una especial relevancia como indicadores estacionales, informando en función de la navegación, la economía alimentaria, la ecología y el clima. Asimismo, diversos rasgos celestes pueden tener, y a menudo tienen, múltiples visiones y significados dependiendo de su orientación y visibilidad en diferentes momentos del año. Los sistemas de conocimiento de los indígenas australianos atribuyen un significado y una agencia culturalmente específicas a los movimientos de los cuerpos celestes.
En la parte occidental del Estrecho de Torres, la Vía Láctea se ve como una nube de polvo o arena que levanta el tiburón nariz de pala (Sphyrna tiburo) cuando recorre el fondo marino en busca de alimento. La raya gigante de nariz de pala (Rhynchobatus djiddensis) se llama Kaigas en la lengua Kala Lagow Ya, y su contraparte celestial se llama Kaigasiu Usu, en referencia a la región de la Vía Láctea que atraviesa la constelación occidental Scorpius (cuyas estrellas comprenden la canoa de la figura de culto Thoegay y su primera compañera, Kang, la estrella Antares). Kaigasiu Usu es observado por los isleños de Boigu como indicador estacional. Cuando la cabeza de esta raya celeste mira hacia el este, la gente sabe que las corrientes marinas correrán hacia el oeste. Cuando la cabeza está en el sur y la cola en el norte, la corriente correrá hacia el este.
Los espacios oscuros de la Vía Láctea suelen verse como pozos de agua profundos o cuevas, que a veces albergan seres como animales o espíritus malignos. Las tradiciones kaurna de las llanuras de Adelaida, en el sur de Australia, describen zonas oscuras en la Vía Láctea (Wodliparri) con estrellas brillantes en el borde que se ven como hogueras de cabañas en las orillas del río (de wodli (cabañas) y parri (río)). Estas manchas oscuras de Wodliparri son la morada de un peligroso monstruo llamado Yura que castiga a los que infringen las normas sagradas. Estos rasgos celestes oscuros se llaman Yurakauwe, que significa “agua monstruosa”. En las tradiciones Wardaman del Territorio del Norte, la nebulosa Saco de Carbón presente en la Vía Láctea (que ya hemos señalado en la imagen de arriba) se considera una cueva oscura en la que vive el espíritu maligno Utdjungon. Si la gente infringe leyes o normas tradicionales, Utdjungon provocará el fin del mundo lanzando una estrella de fuego que traerá la muerte y la destrucción sobre la tierra. El Saco de Carbón es un elemento común en las tradiciones aborígenes de toda Australia, siendo demasiado numerosas las representaciones para listarlas aquí.
Por otra parte, muchos otros grupos aborígenes de esta región del mundo entienden a la Vía Láctea como un río celestial, con las fronteras entre los espacios brillantes y oscuros vistos como las orillas del río. Un relato tradicional Yolngu de la Tierra de Arnhem, en Australia, describe a un hombre que sacrificó su vida para salvar a su hermano menor cuando una tormenta hizo volcar su canoa. El hermano mayor apareció después como una nueva estrella brillante en las orillas del río del cielo (que describe el límite entre los espacios luminosos y oscuros de la Vía Láctea). Cuando el hermano menor envejeció y falleció, los ancestros los colocaron a ambos en el cielo como las estrellas Shaula y Lesath en la constelación de Scorpius. Este relato mítico sobre la aparición de una nueva estrella brillante en las orillas del río celeste cerca de estas dos estrellas podría ser una descripción, en términos de estas cosmovisiones aborígenes, de la supernova del año 393 d. C., según proponen algunos investigadores australianos.
Así también, en las tradiciones Wiradjuri del centro de la región australiana de Nueva Gales del Sur, la Vía Láctea es un río, y una nebulosa oscura y sinuosa presente en la Vía Láctea entre las constelaciones de la Cruz del Sur y de Vela, representa una criatura parecida a una serpiente llamada Wāwi. El Wāwi tiene poderes mágicos y vive en pozos de agua profundos, excavando en la orilla donde hace su guarida. La guarida se puede encontrar después o durante una tormenta eléctrica donde termina el arco iris. Según la costumbre Wiradjuri, a los hombres inteligentes se les enseña a relacionarse con el Wāwi para enseñarle nuevas canciones. Como se comenta en la siguiente sección, este mismo rasgo oscuro y sinuoso de la Vía Láctea donde los wiradjuri ven al Wāwi, es percibido por los quechuas de los Andes en Sudamérica como una serpiente (Mach’acua) en el río de la Vía Láctea (Mayu).
El emú en el cielo es quizás la constelación oscura aborigen más conocida de esta región del mundo (imagen inferior). Es la silueta de un emú (Dromaius novaehollandiae) trazada por las nebulosas oscuras dentro del plano de la Vía Láctea y aparece en las tradiciones de los aborígenes de toda Australia. Los emúes son aves grandes y no voladoras que se encuentran en gran parte de Australia (similares al avestruz africano y el ñandú sudamericano). Una hembra pone varias nidadas de huevos en una temporada, tras lo cual los machos los incuban y crían a los polluelos.
La nebulosa Saco de Carbón, cerca de la Cruz del Sur, forma la cabeza del emú, y el cuerpo se extiende a lo largo de las regiones oscuras a través de la constelación occidental del Centauro en la Vía Láctea, delineando el cuerpo del emú las zonas de la Vía Láctea comprendidas en las constelaciones de Scorpius y Sagittarius.
Los Kamilaroi y Euahlayi del norte de Nueva Gales del Sur, denominan al emú celestial como Gawarrgay. Para ellos, la posición observada de Gawarrgay en el cielo al anochecer durante todo el año denota los patrones de comportamiento del animal, los cambios estacionales y los vínculos con las ceremonias de iniciación en estas tradiciones aborígenes.
Cuando el emú celeste sale al atardecer en abril y mayo, se ve a una emú hembra corriendo, persiguiendo a un emú macho para aparearse. En junio y julio, el emú se encuentra en lo alto del cielo, más o menos horizontal respecto al horizonte sur. Se ve como un emú macho sentado en el nido incubando los huevos (que tarda entre 56 y 59 días), lo que significa que es el momento de recoger los huevos de emú. Si se retrasa, pronto será demasiado tarde para recoger los huevos, ya que empezarán a salir polluelos de ellos. En agosto y septiembre, el emú se encuentra u observa perpendicular al horizonte sudeste. En este momento, se ve como un emú macho que se levanta del nido mientras los polluelos empiezan a nacer. Es entonces cuando se celebran las ceremonias de iniciación tradicionales (llamadas bora) entre los grupos aborígenes en cuestión. Los escenarios o terrenos de ceremonias de iniciación suelen consistir en un par de círculos de diferentes tamaños, conectados por un camino. Estos terrenos bora se reflejan en la Vía Láctea como las principales manchas oscuras de la cabeza y el cuerpo del emú, orientadas a la posición del emú celestial durante estos meses. Cuando el emú celeste se desplaza hacia la parte baja del cielo en octubre y noviembre, la protuberancia galáctica presente en Sagittarius y Scorpius se ve ahora como la parte trasera de un emú sentado en una charca, desplazando el agua y haciendo que la tierra se seque a medida que se acercan los calurosos meses de verano. Así pues, el emú celestial informa sobre el cambio estacional, el comportamiento del ave, la economía alimentaria y prácticas sociales aborígenes.
Por último, también en las tradiciones Kamilaroi y Euahlayi, las nebulosas oscuras en la Vía Láctea al sur de Gawarrgay representan a Bandaar, un canguro. El canguro se sitúa hacia la cola del emú (imagen inferior). Más allá del canguro, los espacios oscuros de la Vía Láctea también presentan garriyas o cocodrilos. Los cocodrilos son visibles por primera vez a finales del verano.
Cuando el emú y el canguro empiezan a ponerse o a no ser visibles en el cielo, los cocodrilos son observados en su lugar, y el vientre del emú se convierte en la primera cabeza del cocodrilo. Los aborígenes australianos ven a los cocodrilos tumbados en el río de la Vía Láctea y vinculan este fenómeno con el tiempo para la ceremonia bora, en septiembre y octubre. Cabe señalar que los cocodrilos de agua dulce (o salada) no son endémicos de la zona, ya que se encuentran a más de 1000 km al norte.
Las comunidades andinas en Sudamérica
La cosmología incaica entendía la Vía Láctea como un río que fluye por el cielo nocturno en un sentido muy literal. Consideraban que las aguas terrestres eran arrastradas a los cielos y que después volvían a la Tierra tras un rejuvenecimiento celestial. En este sentido, se pensaba que el terreno flotaba en un mar cósmico. Cuando la orientación del río celeste era tal que se sumergía en el océano, el agua era atraída hacia el cielo. Gary Urton, antropólogo estadounidense que realizó trabajo de campo en los Andes peruanos entre comunidades quechua, describió la Vía Láctea como «… una parte integral del continuo reciclaje del agua en todo el universo quechua». El plano de la Vía Láctea está inclinado entre 26° y 30° con el eje de rotación de la Tierra. Esta orientación es de 26° de arco de cielo hacia el Polo Sur Celeste, y de 30° hacia el norte. Por esta característica, en las zonas tropicales de los Andes, la Vía Láctea se verá a veces saliendo por el sureste, pasando por el cenit y poniéndose por el noroeste. Doce horas más tarde, las posiciones de los diferentes rasgos estelares del cielo se han desplazado, y la banda de estrellas de la Vía Láctea se eleva en su lugar por el noreste, pasando de nuevo por el cenit, pero poniéndose ahora en el suroeste. Este ciclo de rotación de aproximadamente 24 horas crea dos ejes intercardinales de intersección cenital que dividen la esfera celeste en cuatro cuartos de cielo observables.
La salida de la Vía Láctea figura de manera prominente en la “astronomía incaica” debido a las correlaciones con sus ejes intercardinales y los cuatro puntos sobre el horizonte ligado a los eventos de salida y puesta del sol en los solsticios (ver imágenes inferiores). En el momento del solsticio de diciembre, cuando el sol sale en el horizonte de Cusco, y alcanza su posición extrema sur, la posición vespertina de la banda de la Vía Láctea se encuentra de forma similar al sureste. Durante el solsticio de junio, cuando el sol sale, y alcanza su posición extrema norte, la Vía Láctea se sitúa al noreste. Los solsticios son las únicas ocasiones en las que el sol sale y viaja con la Vía Láctea. La cosmología incaica reconoce que el río celeste y el sol salen juntos al comienzo de la estación seca, en junio, y de la estación lluviosa, en diciembre. Esta correlación explica la intensidad marina del sol en las tradiciones incas, que se alimenta de las poderosas aguas.
Los incas ordenaban su cielo según esta cuadripartición celeste. Esto contrasta con el uso común del recorrido general de la eclíptica como marcador de referencia en otras tradiciones. Nuevamente Urton sostiene que esto dio a los incas una diferencia de casi 90° en su perspectiva de los cielos, y las construcciones cosmológicas se desarrollaron en consecuencia; y afirma que el eje primario para las referencias celestes en este contexto cultural era el eje Este/Oeste, en lugar de Norte/Sur, como era habitual en los sistemas culturales del hemisferio norte. La cuadripartición también parece haber influido en las orientaciones en la Tierra.
El panteón de constelaciones oscuras incaicas se extiende casi 150° de arco celeste a través de la Vía Láctea (ver imagen inferior). La mayoría son animales que ocupan un lugar destacado en la cosmología y las tradiciones andinas. Gary Urton relata que el cronista español Polo de Ondegardo, consideró que los incas creían que «… las constelaciones animales eran responsables de la procreación y aumento de sus homólogos animales en la tierra». Las serpientes ocupan un lugar destacado en la cosmología inca y son las criaturas que representan a Uchu Pacha, el inframundo y el más bajo de los tres mundos de la existencia inca. Machacuay, la serpiente celeste, encabeza una “oscura” procesión celestial mientras las constelaciones se mueven de manera aparente por el cielo nocturno. Según aporte de otros antropólogos especialistas en el área, las amaru (serpientes) emergen de su entorno del inframundo a través de los ríos y se cree que están relacionadas con los arcos iris, además de que predicen la lluvia. Machacuay puede ser vista al inicio de la temporada de lluvias. La figura oscura de la serpiente es larga, como una gran serpiente, y viaja con la cabeza por delante de la cola a través del cielo. Hanp’atu (el sapo) sigue de cerca a Machacuay. La observación de los sapos en el mundo andino era considerado como un mal presagio, ya que eran “creados” por el diablo.
Hanp’atu es una sección oscura mucho más pequeña de la Vía Láctea al este de la serpiente. La perdiz (Rhynchotus rufescens) es un ave autóctona de esta región de los Andes y tiene para las comunidades indígenas un linaje muy antiguo. Yutu, la perdiz (representada en el Saco de Carbón) sigue a Hanp’atu en la Vía Láctea y también es mucho más pequeña que Machacuay.
Yacana, la llama (Lama glama) celeste, ocupa un lugar destacado en muchos aspectos de las tradiciones incas. Se pensaba que esta figura celestial animaba a las llamas en la Tierra. La Yacana cósmica es mucho más grande que Hanp’atu o Yutu y domina la sección oscura de la Vía Láctea de los incas. Yacana está situada entre las constelaciones de Centauro y Scorpius, y las estrellas prominentes Alfa y Beta Centauro son conocidas como llamacñawin, los «… ojos de la llama».
Debajo de Yacana hay una constelación oscura más pequeña llamada Uñallamacha. Se dice que es una cría de llama amamantanda por su madre. Siguiendo a Yacana y Uñallamacha en la Vía Láctea hacia el este está la constelación algo más pequeña de Atoq, el zorro. Atoq se encuentra entre las constelaciones de Scorpius y Sagittarius. Como señala el antropólogo estadounidense Gary Urton, la Vía Láctea y Atoq salen con el sol del solsticio de verano por el sureste durante el mismo periodo de tiempo en que suelen nacer las crías de zorro en la Tierra, alrededor del 15 al 23 de diciembre.
Los moqoit en Argentina, y los tupí en Brasil
Los mocovíes (moqoit en su lengua) habitan la zona sur de la región del Chaco en Argentina, y forman parte del tronco lingüístico guaycurú. Originalmente cazadores-recolectores, en el momento del primer contacto con los europeos, la principal región que habitaban era la ribera sur del río Bermejo (alrededor de los 24° a 25° de latitud sur). Pero comenzaron a desplazarse en dirección sur a partir de 1710, debido a la presión española (y llegaron a regiones cercanas a los 31° de latitud sur). A finales del siglo XIX, el Estado argentino les obligó a volverse sedentarios. Ahora los moqoit también están presentes en grandes centros urbanos como Buenos Aires y sus alrededores; y en la actualidad, los moqoit de Argentina suman aproximadamente 18.000 personas.
Estos grupos siempre han considerado que el cosmos está habitado por una multitud de agentes humanos y no humanos con agencia, organizados en sociedades. Este es un socio-cosmos dinámico atravesado por una vasta red de túneles de conexión y movimiento que los seres con suficiente poder, como chamanes, son capaces de atravesar. En este contexto, el cielo es un espacio del cosmos visto como un entorno poblado por seres especialmente poderosos, fecundos y voraces.
Los rasgos característicos y sus variaciones se entienden como signos (netanec), indicaciones de las presencias e intenciones de estos seres poderosos, que deben interpretarse para entender esas otras voluntades e intenciones, y gestionar las relaciones con ellas. Por lo tanto, estos signos son gestos, expresiones de personas poderosas cuyas acciones e intereses afectan a los moqoit.
En este tipo de sociedad, no hay mecanismos sociales (como academias o escuelas) que puedan imponer una versión única del significado sobre cada patrón o seña, aunque sí hay coincidencias ciertamente básicas. En este sentido, el contraste entre lo brillante y lo oscuro es en general muy significativo para el pueblo moqoit. De hecho, utilizan dos palabras diferentes para referirse al núcleo existencial de cualquier ser consciente del cosmos (incluidos los humanos): lqui’i y l’paal. Estos términos se utilizan tanto para referirse a las manifestaciones en sueños o en una visión de parientes muertos, como para dar cuenta del principio que anima las acciones de los seres conscientes vivos.
La primera, lqui’i, suele traducirse como «alma-imagen» y se utiliza también para referirse a la imagen de un espejo. La segunda, lpa’al, suele traducirse como «alma-sombra» y también se utiliza para referirse a la sombra de un objeto. La primera palabra se utiliza para referirse a fenómenos brillantes en el cielo, interpretados como manifestaciones de poderosos seres celestes (por ejemplo, estrellas fugaces o asterismos formados por estrellas o puntos brillantes), que destacan sobre el fondo oscuro del cielo. La segunda se utiliza para referirse a las manchas oscuras del cielo que contrastan con fondos brillantes, interpretadas también como manifestaciones de seres celestes. El hecho importante parece ser el efecto de contraste que nos permite ver una forma sobre un fondo. Estas manifestaciones de los seres conscientes no son simples apariencias externas, sino una manifestación del núcleo de estos seres, su cuerpo como conjunto de condiciones y modos de ser en el mundo que constituyen sus principios de acción. Es en este contexto que debe entenderse la forma en que los moqoit reconocen los patrones (brillantes sobre un fondo oscuro u oscuros sobre un fondo brillante) que observan en el cielo. He aquí uno de los ejes que estructura su percepción celeste.
Entre los moqoit las características más relevantes del cielo nocturno se estructuran en torno y en la Vía Láctea, la cual es pensada como el más importante de los túneles que articulan las diferentes partes del cosmos. Como en el mundo de los incas, la Vía Láctea es el verdadero eje estructurador del cielo mocoví. La particular forma en que la Vía Láctea cambia su posición en el cielo a lo largo del tiempo, ya mencionada para el caso incaico, es muy importante para esta cultura y para otros grupos aborígenes chaqueños. Dependiendo de las circunstancias, esta importante estructura del cielo tiene diferentes manifestaciones: el Árbol del Mundo (Nalliagdigua), un río, un gigantesco torbellino o un camino (nayic).
La Vía Láctea también se utiliza como marcador temporal. Los moqoit son capaces de indicar su dirección tanto en varias ocasiones a lo largo del año como en diferentes momentos de la noche (especialmente al atardecer y al amanecer). Además, las expectativas de los moqoit sobre el futuro del mundo parecen estar conectadas con los signos astronómicos (netanec) como pistas de las intenciones de los poderosos seres que lo estructuran. Un cambio en el patrón de posiciones de la Vía Láctea es el más mencionado de esos signos.
Debido a este papel crucial de la Vía Láctea y al hecho de que se trata de una enorme zona de brillo difuso interrumpido por manchas oscuras, no es de extrañar que los Moqoit presten atención a los patrones oscuros en ella. El más importante de todos ellos es el Mañic, el padre de los ñandúes sudamericanos, un gran pájaro no volador similar a un emú o a un avestruz que se muestra en la imagen inferior. Para el pueblo moqoit, cada especie animal o vegetal tiene un amo, nombrado como padre (leta’a) o madre (late’e) de la especie. El amo protege la especie y regula el acceso de los humanos a esta especie como recurso. Un ser poderoso tiene muchas formas corporales posibles: un espécimen especial de su especie, un ser con forma de serpiente, una forma humanoide o una manifestación meteorológica o astronómica. Sabemos que muchos relatos míticos moqoit mencionan que en la época de los orígenes, el padre de los ñandues, el Mañic, solía refugiarse en una serie de madrigueras, bajo las raíces de un ombú (un árbol muy grande, visto como el árbol del mundo, representado por la Vía Láctea), y comer humanos. Lapilalaxachi, un poderoso ancestro humano del pueblo moqoit identificado con las Pléyades, decidió enfrentarse al Mañic. Lo persiguió por todo el mundo y el Mañic acorralado subió al tronco del ombú hasta el cielo.
Hoy en día, el alma-sombra (la ‘al) del Mañic puede verse en las nubes oscuras de la Vía Láctea, con su cabeza en lo que conocemos como el Saco de Carbón. Alfa y Beta Centauro son los perros del hombre que persiguen al Mañic y le muerden el cuello. El cuerpo se extiende hasta Scorpius. De hecho, las piernas se extienden más allá de esta región y llegan hasta Sagittarius. Además, el movimiento con toda la Vía Láctea que muestra este asterismo oscuro se interpreta como una recreación de la historia mítica: un ascenso desde el inframundo, luego un ascenso al cielo y finalmente una caída.
Pero ésta no es la única constelación oscura de los moqoit. Tienen, por ejemplo, un asterismo que combina manchas oscuras y estrellas individuales, el Mapiqo’xoic, o viejo algarrobo. Es una excelente ilustración del mencionado principio de contraste: una serie de estrellas en la constelación de Sagittarius, en contraste con el fondo oscuro del cielo, forman el follaje del árbol; las manchas oscuras, en contraste con el fondo brillante de la Vía Láctea, son las raíces.
Estas ideas son muy parecidas a las de otros grupos guaycurúes, por ejemplo, los qom o toba. Asimismo, en una visión similar, el pueblo Tupí del centro de Brasil también percibe un ñandú en el cielo, presentando esencialmente la misma forma que el emú australiano. Tanto el ñandú como el emú son aves grandes y no voladoras con una apariencia y un ciclo de reproducción similares. Al igual que en las tradiciones moqoit, la cabeza del ñandú tupí es el Saco de Carbón, y el cuerpo se extiende por nubes oscuras de la Vía Láctea a través de las constelaciones del Centauro y Scorpius. Los tupí asocian al ñandú con el fin del mundo. Las estrellas de Crux o la Cruz del Sur sostienen la cabeza de este animal. Si se escapa, se beberá toda el agua del mundo.
Los mayas (Mesoamérica)
Los mayas son un grupo etnolingüístico de pueblos indígenas de Mesoamérica, desde el sur de México hasta el oeste de Honduras y el norte de El Salvador. Los mayas diferencian las distintas posiciones de la Vía Láctea con respecto al horizonte, otorgándoles significados relacionados con las tradiciones cosmogónicas. En este caso, nos centramos en el Xibalbá be y en el lugar de la creación. Los mayas distinguen entre la zona luminosa (Saki bé, literalmente “camino blanco” en quiché) y la zona oscura de la Vía Láctea (Xibalbá be, camino al inframundo). Este Xibalbá be se extiende entre las constelaciones de Sagittarius, Scorpius y Cygnus, ocupando el cielo de sur a norte. Esto es interpretado por varios grupos mayas como una entrada al inframundo, un camino que los muertos recorren hacia otro plano de existencia.
Cuando la posición de la Vía Láctea se orienta verticalmente con respecto al horizonte, la forma de las regiones oscuras también se identifica como las fauces abiertas del “cocodrilo ciervo de las estrellas” (Way Paat Ahiin), una criatura ampliamente relacionada con el inframundo en las historias mayas de la creación. Otra representación de esta tradición identifica las nebulosas o zonas oscuras de la Vía Láctea con una canoa-cocodrilo, donde los dioses Padlers (Mantarraya y Jaguar) llevan al dios del maíz al lugar de la creación (Oxib’ Xk’ub). Éste se encuentra delimitado por las estrellas de la constelación de Orión como Alnitak, Rigel y Saiph, donde se colocó el fuego primordial con el humo representado por la Nebulosa de Orión (M42). Según las estimaciones realizadas por expertos en calendario maya antiguo, este acontecimiento está fechado a mediados de agosto de 3114 a.C., el período del año en el que la Vía Láctea toma esta posición en el cielo.
Zúlu, Xhosa, Sotho, Tswana (África del sur)
En el sur de África, las asociaciones culturales con la Vía Láctea realizadas por los pueblos xhosa, sotho y tswana, también incluyen explícitamente las zonas oscuras de este importante rasgo del cielo. Asimismo, los /Xam entendían a la Vía Láctea como “un camino a través de los cielos”, mientras que los Khwe, como “la línea”. La Vía Láctea como camino a través de los cielos es una conceptualización común en esta región del mundo. Las definiciones de las palabras zulúes umthala/imlthala incluyen tanto la Vía Láctea como “la raya oscura” (desde el ombligo hacia abajo) en algunas personas. Aunque también las palabras umlaza/imilaza hacen referencia a una bestia blanquecina con rayas negras en el cuerpo. Así pues, los significados culturales zulúes del patrón celeste que los occidentales identifican como la Vía Láctea eran lo suficientemente complejos como para requerir diferentes palabras con distintos fines, y que incluyen de forma explícita la presencia de rayas o vetas oscuras en las asociaciones simbólicas.
Polinesia (pacifico)
Los polinesios del Pacífico reconocen los espacios oscuros de la Vía Láctea, centrándose en la nebulosa del Saco de Carbón y relacionándola con los peces o la pesca. Las tradiciones polinesias de Tonga describen la Vía Láctea como Humu (un pez ballesta gigante). Según relatos míticos, un jefe tongano llamado Ma’afu se casó con una lagartija y tuvo dos hijos gemelos, que querían que desaparecieran, ya que los subordinados del jefe tenían miedo de la pareja. Ma’afu ordenó a los hermanos que recogieran agua de un pozo que contenía un pato gigante que mataría y consumiría a cualquiera que se acercara demasiado. Los chicos fueron atacados por el pato, pero lo agarraron por el cuello y lo mataron. Cuando los chicos regresaron ilesos, el padre les indicó que trajeran agua de una charca más lejana, habitada por Humu, un pez ballesta (balistidae). Los chicos mataron al pez ballesta y, enfadado por ello, el padre reveló su secreto para que mataran a los chicos. Los chicos se alejaron y ascendieron a las estrellas, cada uno con uno de los dos animales que habían matado. Los gemelos se convirtieron en las Nubes de Magallanes, el pato en Crux o la Cruz del Sur, y Humu en la nebulosa del Saco de Carbón. Por otra parte, en la isla de Futuna (Vanuatu), un «…espacio negro en la Vía Láctea…» es Sumu, un pez, un vínculo obvio con Humu, el pez ballesta.
En las tradiciones maoríes de Aotearoa o Nueva Zelanda, el Saco de Carbón se conocía con seis nombres diferentes: Manako-uri, Naha, Te Patiki, Te Rua-patiki, Te Rua ō Māahu y Te Whai-a- titipa. Sin embargo, se desconocen interpretaciones mitológicas maoríes de
estas, aparte del hecho de que Rehua (Sirio) se originó como una estrella envuelta en llamas que emergió del Saco de Carbón antes de acabar descansando en su posición actual en la constelación occidental de Canis Major. Sabemos que las relaciones tradicionales de los maoríes con el cielo cambiaron drásticamente poco después de que se asentaran en Aotearoa/Nueva Zelanda entre 1250 y 1280 d.C., cuando tuvieron que cambiar inmediatamente su alimento básico de taro (tubérculo de la Colocasia esculenta) a kumara (batata, camote o papa dulce en lengua nativa). De hecho, en la época de la colonización europea (en el siglo XIX), existían marcadas variaciones regionales en los conocimientos astronómicos maoríes. Dicho esto, es interesante que la nebulosa Saco de Carbón aparezca de forma prominente en la astronomía maorí, al igual que en los sistemas astronómicos de otras culturas del hemisferio sur. Sin embargo, ésta es la única nebulosa oscura llamativa que recibe atención de los maoríes.
Los maoríes también describen la Vía Láctea como el mar en el que vive el tiburón (Māngōroa), donde Māngō denota un tiburón. Según contribuciones etnográficas, los polinesios del archipiélago de Tuamotu, en la Polinesia Francesa, mantienen la tradición de que el dios Kiho-tumu navegaba por el cielo en un barco construido por él mismo, llamado el «Tiburón Largo». Los espacios oscuros de la Vía Láctea son la estructura del Tiburón Largo, mientras que las manchas blancas representan las olas de agua que levanta el propio barco.
Para finalizar…
A diferencia de las culturas clásicas, de las cuales, la astronomía occidental ha heredado sus representaciones celestes, prácticas y representaciones astronómicas; otros grupos humanos en diferentes regiones del mundo han prestado atención a los rasgos oscuros presentes en la Vía Láctea. Esta percepción, como hemos visto, ha estado estructurada por esquemas cosmovisionales o cosmológicos propios de culturas interesadas en dar sentido y observar el contraste entre las zonas brillantes y oscuras de la Vía Láctea.
Asimismo, aunque hemos abordado escuetamente este tema, se desprenden varios aspectos importantes que muestran similitudes en las percepciones sobre las denominadas “constelaciones oscuras”. Por un lado, para algunas tradiciones, la Vía Láctea se ve comúnmente como un curso de agua en el que viven criaturas relacionadas con la región local. Las culturas oceánicas, como los maoríes y los isleños del Estrecho de Torres, la consideran el hogar de los tiburones. En Australia, muchos espacios oscuros, centrados sobre todo en el Saco de Carbón, son entendidos por las cosmovisiones aborígenes como agujeros profundos que son el hogar de criaturas poderosas que castigan a quien se acerca; por lo que estas representaciones ponen énfasis en las leyes sociales relativas al comportamiento que articulan estas sociedades.
Por otra parte, los mayas se centraron en la zona de la Vía Láctea entre las constelaciones de Sagittarius y Cygnus, y muchas culturas africanas señalaron líneas claras y oscuras y un camino a través del cielo. Los aborígenes australianos, los incas, los tupis, los moqoit y los polinesios son los que más coinciden en encontrar figuras en la misma sección general de la Vía Láctea alrededor del Saco de Carbón. El emú celeste de Australia comienza con su cabeza en el Saco de Carbón y se extiende a través de los espacios oscuros que delimitan el cuerpo en la región de la Vía Láctea en Scorpius. Los incas representaban a la llama y a la cría, con la cabeza y cuerpo de la madre situada justo al este del Saco de Carbón, pero como se ha señalado no es una constelación extensa como el emú o el Mañic. En este último caso, la cabeza del Mañic de los moqoit en Argentina, también comienza con el Saco de Carbón y su cuerpo se extiende hasta la región del Scorpius. Por lo tanto, estos ejemplos muestran que diferentes grupos humanos y culturas perciben elementos significativos pertinentes a sus tradiciones en la misma sección prominente de la Vía Láctea que se extiende a través del cielo. Así, las mismas regiones oscuras de la Vía Láctea articulaban con conocimientos ligados al emú, las llamas, el ñandú o el Mañic, entre otros seres, elementos o agentes del cosmos de cada cultura. De esta manera, estas representaciones celestes sirven como ejemplos de cómo las diferentes culturas ven a los animales y criaturas significativas para ellos. Y vemos que también fueron utilizadas por la gente articulando con conceptos calendáricos, ceremoniales y otros aspectos ligados a la estructura social.
En resumen, abordar el fenómeno de las “constelaciones oscuras” pone en relieve que los observadores tradicionales del cielo deseaban dar sentido a los rasgos de la Vía Láctea siguiendo sus esquemas de percepción del mundo.
Fuentes
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