Skip to main content

La Academia Nacional de Ciencias surgió en el torbellino de un país naciente y es fruto del primer impulso de hacer ciencia en Argentina. Fue clave para reunir los primeros materiales para el estudio de la botánica, la zoología, la geología y mineralogía, y su posterior clasificación.

Con su establecimiento, el país comenzó a contar con tres actividades científicas básicas: producción de información original, publicación de resultados y transmisión del conocimiento a discípulos locales.

Y la conmemoración de su nacimiento nos trae al presente valiosas enseñanzas. Porque los tiempos tumultuosos y los períodos de crisis no son excusas válidas para el freno de la ciencia y la tecnología. Hace 150 años cuando Sarmiento fundó la Academia Nacional de Ciencias el país estaba en la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) y la epidemia de fiebre amarilla azotaba varias provincias argentinas, portada por los soldados que regresaban de la guerra; se calcula que mató al 8 por ciento de los porteños. Claramente fue una decisión visionaria, sin conocimiento, no hay bases para el desarrollo y el crecimiento económico.

Hoy la Academia Nacional de Ciencias cumple una importante función social. Su tarea está orientada a educar y promover vocaciones científicas en niños y adolescentes, otorga premios, recibe a escuelas de todos los niveles, organiza concursos y conferencias. Cuenta con una valiosa biblioteca y su sede en la manzana jesuítica es un edificio declarado Monumento Histórico Nacional.

En una joven República que recién comenzaba a organizarse, el conocimiento científico ya era una preocupación de la generación a cargo del proyecto de nación.

Hay que situarse en aquellos tiempos, sólo existían algunos colegios y universidades. La Universidad Nacional de Córdoba, fundada en 1613 y la Universidad de Buenos Aires, que data de 1821, eran los únicos establecimientos de enseñanza superior y con enormes limitaciones en el campo de la investigación.

Por entonces viajeros y exploradores llegaban a nuestras tierras para hacer conocer al mundo los misterios que aquí encerraba la naturaleza . Fue así que vinieron d’Orbigny, Darwin, Burmeister, Humboldt, Mantegazza y Bravard, y tantos otros.

El único centro de investigación científica era el Museo Público de Buenos Aires creado por inspiración de Bernardino Rivadavia, el actual Museo Argentino de Ciencias Naturales.

El 11 de septiembre de 1869 siendo presidente Domingo Faustino Sarmiento, el Estado argentino dio un paso que significó un gran salto para la naciente ciencia argentina. Una ley autorizaba al gobierno a “…contratar dentro o fuera del país hasta veinte profesores, que serán destinados a la enseñanza de ciencias especiales en la Universidad de Córdoba y en los colegios nacionales…”.

Un año después comenzaban a establecerse en Córdoba los primeros docentes extranjeros, en su mayoría alemanes. Venían a poner en marcha la investigación científica en el territorio nacional y a formar profesores en “estudios de la naturaleza”.

Más allá del trabajo de esos primeros investigadores lo fundamental era crear bases sólidas e institucionalidad. Es sabido que la organización es lo único que vence al tiempo. En ese camino un hito fue el 22 de junio de 1878 cuando el Poder Ejecutivo aprobó el reglamento de la Academia Nacional de Ciencias, que le dio su forma definitiva como corporación científica, separada de la Universidad Nacional de Córdoba.

Los primeros años la Academia concentraba gran cantidad de funciones. Estaba todo por hacerse y era un organismo estratégico y multifunción. Asesoraba al Gobierno Nacional, llevaba adelante exploraciones científicas en territorios que eran en su mayor parte desconocidos, intercambiaba información con instituciones del mundo entero y de cara a la sociedad, hacía divulgación de las ciencias.
Por entonces uno de sus grandes aportes estuvo en el surgimiento y posterior desarrollo de la primera generación de naturalistas argentinos.

Con el tiempo se fueron creando otras instituciones científicas y la Academia fue perdiendo atribuciones. Por ejemplo, en 1956, la misión de exploración científica del país fue trasladada al Inta, dos años después a Conicet y en 1991 a CONAE. Hubo un tiempo en que estuvo enclaustrada con escasa o nula proyección pública, y al igual que otras academias del mundo debió redefinir sus antiguas funciones.

Hoy es una institución prestigiosa académica e intelectualmente, con una voz fuerte a la hora de opinar acerca del desarrollo científico tecnológico argentino, reclamar presupuesto, realizar estudios, producir documentos y presentar iniciativas

Siendo una de las primeras instituciones científicas del país, hoy es una institución de referencia que contribuye al desarrollo, progreso y divulgación de las ciencias, con plena interacción con otras Academias Nacionales e Internacionales y en la medida que la ciencia y la tecnología son cada día más importantes para el desarrollo nacional, la Academia tiene un gran misión por delante.

¡Feliz Cumpleaños a la Academia Nacional de Ciencias!